El Mercurio, 2 de junio de 2017
Opinión

Una proyección en duda

Harald Beyer.

Las reformas de este período crearon nuevas incertidumbres y no certezas. Parecen haber creado nuevas fragilidades en las clases medias en lugar de contenerlas y acotarlas.

Fue un buen discurso. La Presidenta relató los logros de su gobierno e intentó dotarlos de un soporte político-intelectual. A veces entró en demasiados detalles, diluyendo el mensaje político. En otras ocasiones, las explicaciones de las dificultades que enfrentaron algunas iniciativas no fueron muy convincentes y le restaron consistencia al relato. Pero estos ripios no le restan mérito a la cuenta pública.

Con todo, la ciudadanía debe haber quedado desconcertada. Si el diagnóstico era correcto, el sustento de la reformas era sólido y las iniciativas, en general, bien pensadas, es difícil explicar la desaprobación que ha alcanzado la gestión de la Presidenta Bachelet. Es cierto que a los gobiernos no les resulta fácil comprender los momentos políticos que están viviendo, y aun si lo hiciesen tienen dificultades para enmendar rumbos. El gobierno anterior es un buen testigo de esta realidad.

Quizás, en la reflexión de los equipos de gobierno, los problemas se deban solo «a las resistencias de algunos a los cambios porque afectan sus intereses particulares», como expresó la Presidenta hacia el final de sus palabras de ayer. Pareciera, a juzgar por el tono de esta y otras expresiones, que el Gobierno no ve espacio para una legítima discrepancia respecto de las políticas más efectivas para abordar las fragilidades, incertidumbre y desigualdades que enfrenta el país. En este dejo de arrogancia, posiblemente involuntaria, radica parte del problema. Si fuese solo un asunto de intereses, es difícil entender que quienes más se distanciaron de su gobierno, muy temprano en su gestión y antes de que estallaran todos los escándalos de financiamiento irregular de la política y tráfico de influencias, fuesen las clases medias que poco antes le habían entregado un claro triunfo en las urnas.

Es talvez este fenómeno -el divorcio con los sectores medios- uno de los mayores misterios de su período de gobierno. Para comenzar a comprenderlo hay algunas claves en el discurso que pueden ser útiles. La descripción que hace del país que observó cuatro años atrás, recorriéndolo como candidata, es la de un país mucho más «oscuro» que el que puede desprenderse del juicio ciudadano en ese entonces, y también ahora. Los niveles de satisfacción con los distintos aspectos de su vida y el optimismo respecto del futuro son relativamente elevados. Por cierto que existen desigualdades, problemas diversos y desconfianza hacia instituciones públicas y privadas que deben abordarse con decisión y persistencia, pero estas realidades no generan ese profundo malestar que la Primera Mandataria quiso ver en los distintos lugares del país. Hay sí incertidumbres en diversos campos que la población desearía dejar atrás, muy vinculado a las fragilidades propias de un progreso muy reciente que ha traído aparejados, además, cambios culturales y sociales profundos.

Por eso, el relato de la protección social del primer gobierno le hizo tanto sentido a la población. Sin embargo, las reformas de este período crearon nuevas incertidumbres y no certezas. Es decir, parecen haber creado nuevas fragilidades en las clases medias en lugar de contenerlas y acotarlas. Los países demandan y requieren cambios, pero también estabilidad. El equilibro entre ambas dimensiones no es fácil.

El Gobierno, inadvertidamente, alimentado por un diagnóstico equivocado, produjo un desequilibrio que ha afectado el desarrollo de su proyecto político. Incluso ha hecho que interesantes transformaciones realizadas durante esta administración no sean particularmente valoradas por la ciudadanía. Si su coalición política no logra encontrar un equilibrio razonable, el segundo mandato de la Presidenta Bachelet difícilmente podrá proyectarse en la historia.