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The Beatles

Joaquín Trujillo S..

The Beatles

¿Cúal sería, entonces, si no de las humanidades, la de los clásicos? Su utilidad o, para decirlo mejor, su importancia dice relación con lo siguiente: a los clásicos se los ha llamado “clásicos” porque han sobrevivido a una inmensidad que tuvo mil oportunidades para haberlos sofocado.

Sostener que el valor de las humanidades está en que son inútiles es una provocación retórica. Sirve de estrategia solo en ambientes muy favorables a ellas.

Tal vez sean primordiales por el componente clásico que portan.

Esta respuesta sigue sin contestar a la pregunta sobre su utilidad. ¿Cúal sería, entonces, si no de las humanidades, la de los clásicos? Su utilidad o, para decirlo mejor, su importancia dice relación con lo siguiente: a los clásicos se los ha llamado “clásicos” porque han sobrevivido a una inmensidad que tuvo mil oportunidades para haberlos sofocado. Sin embargo, llegaron hasta nosotros, abriéndose camino entre los más variados afanes de los seres humanos en muchos siglos. Asumimos que algo debe haber en ellos, que nunca logramos conocer o descifrar del todo, y que los vuelve insoslayables. En consecuencia, proyectamos que esa connotación la mantendrán en el futuro, el próximo y el lejano. El oro puede bajar de precio, mas quienes lo adquieren confían en que saldrá a flote. Su atractivo es el resultado de una profundísima convención histórica, pero ¡vaya convención!, una tan poderosa que no pasa de moda (otros materiales apenas los recordamos). En este sentido, y aunque suene a tautología, las humanidades son valiosas porque predican el valor, celebran lo valioso, que ciertamente es el apellido que damos a lo, temprano o tarde, imperecedero. La cuestión, igualmente, sigue en pie, pues uno bien podrá preguntarse: de ser cierto que su valor esté tan garantizado, ¿cuál será, así las cosas, la premura de asegurarles un espacio? Esta nueva pregunta supone que, puesto que los clásicos son de tan buena ley, lo que hagamos por ellos poco insidirá en el resultado final. La vieja paradoja de si el hábito hará o no al monje. Si las humanidades precisan de un apoyo constante. Una polémica que se puede aligerar si observamos lo que ocurrió durante ciertas épocas en las que tuvieron nula incidencia comparadas con los varios renacimientos, entre ellos, el clasicismo ilustrado del que el liberalismo es un hijo. Porque, cuando hablamos de humanidades como el estudio de los clásicos, huelga aclararse, no solo hablamos de los registros grecorromanos, sino de todo aquel canon anexo, ese deuterocanon, que se ha ido incorporando a través de los siglos y que, de alguna manera, participa de la idea de lo clásico, no solo desde un punto de vista retrospectivo, también desde el de las apuestas prescriptivas, el estudio de aquello radicalmente nuevo, inédito, que presagiamos que alcanzará ese estatus. Es por eso que nos atrevemos a sostener que The Beatles son y serán un clásico, aunque todavía no haya transcurrido suficiente tiempo.

Así que las humanidades están repletas de conjeturas sobre qué hechos culturales adquirirán valor en el futuro. No hay que negarlo, muchas apuestas parecen fallar. De ahí su desprestigio. En la lucha por el canon, el deuterocanon, el contracanon, habrá tantísimo de falsos pesos y medidas. El resultado no es ajeno a las debacles que hemos presenciado en otras áreas del conocimiento.