El Mercurio, domingo 15 de mayo de 2005.
Opinión

Tentaciones peligrosas

Harald Beyer.

Un permanente diálogo presidencial con el abanderado aliancista termina inevitablemente haciendo desaparecer a las candidatas concertacionistas del primer plano y deja entrever una desconfianza gubernamental respecto de su capacidad de enfrentar a Lavín.

La campaña presidencial de 1999 le deparó enormes sorpresas a Ricardo Lagos. Una vez que se impuso en las primarias concertacionistas del 31 de mayo de ese año, su impresión debe haber sido que sólo era cosa de que pasara el tiempo para asegurarse una victoria clara y rotunda en la elección presidencial de diciembre. Pocos meses después de esa triunfal última noche de mayo quedaba en evidencia que la competencia presidencial comenzaba, para su sorpresa y la de sus asesores, a ponerse impensadamente cuesta arriba. Su campaña no tuvo en esos instantes la capacidad de reaccionar al nuevo escenario que se estaba presentado y mantuvo una cierta pesadez inapropiada para el momento político, social y económico que vivía el país. Es cierto que logró llegar a la meta, pero lo hizo en un estado de profunda deshidratación que casi le impide cruzarla.

Los primeros años del gobierno de Lagos estuvieron de alguna manera marcados por el trauma de esa contienda presidencial. Le estaba costando una enormidad enderezar el timón del barco concertacionista, en parte porque esos primeros años estuvieron marcados por elecciones municipales, primero, y parlamentarias, después, que inevitablemente influyen sobre la gestión gubernamental. Además, porque el fantasma de Lavín parecía rondar el Palacio de la Moneda y primaba la sensación de que el gobierno de la Concertación se acercaba a su fin. Los dirigentes del conglomerado así lo sentían, e incluso lo planteaban públicamente. No cabe duda de que éste no era el ambiente político que esperaba Lagos para su Presidencia y no deben haber sido pocas las ocasiones que en la soledad del despacho presidencial manifestara su ira hacia el candidato aliancista que amargaba sus días.

Esos aciagos días quedaron definitivamente atrás. En algún momento el Ejecutivo, quizás con ese cambio ministerial que colocó a Vidal y a Huenchumilla en el gabinete y que en la práctica significó reconocerle a Insulza su cargo de primer violín en la orquesta gubernamental, decidió olvidarse de los fantasmas que lo acechaban y enfocarse en una tarea de gobierno más acotada y menos ambiciosa de la que originalmente se había planteado el Presidente. Esa decisión, por supuesto que beneficiada por los buenos vientos generados por la coyuntura económica internacional, ha permitido una navegación gubernamental bien evaluada por la población que tiene a la Concertación a las puertas de un cuarto gobierno, algo que hace sólo 18 meses parecía improbable.

Pero, como sugieren los acontecimientos de las últimas semanas, en la carrera presidencial todavía hay mucho paño que cortar. Ha quedado en evidencia, además, la disposición presidencial de enfrentar a Lavín, revelada, entre otros aspectos, en la discusión de la derogación del artículo 57 bis de la ley del impuesto a la renta. Por cierto, debe contribuir al ánimo presidencial que las candidatas concertacionistas no han sido unas defensoras aplicadas de su gobierno que, además, hace poco ambas integraron cercanamente. Esta situación no deja de resultar un poco extraña si se tiene en cuenta que a estas alturas lo que está en juego es la competencia por el corazón concertacionista, muy prendado todavía de Lagos. Más adelante, ya en medio del fragor de la campaña presidencial, es inevitable que la candidata oficialista se aleje del gobierno que respalda y desarrolle su propia agenda, pero si ello está ocurriendo a estas alturas, parece inevitable concluir en que la agenda la está marcando Lavín.

Es posible que sea este hecho el que marca la disposición presidencial alimentada de nuevo por la convicción de que la elección está en el bolsillo. La tentación para el Presidente de «arrollar» políticamente a ese duro adversario de la angustiante y amarga campaña anterior y responsable indirecto de los dolores de cabeza de los primeros años de gobierno debe ser enorme. Que algo de esto hay, se nota en que ha vuelto ironía, que a veces parece mezclarse con un dejo de desprecio, con la que enfrenta ocasionalmente los planteamientos de Lavín. Pero ésta es una peligrosa tentación. Un permanente diálogo presidencial con el abanderado aliancista termina inevitablemente haciendo desaparecer a las candidatas concertacionistas del primer plano y deja entrever una desconfianza gubernamental respecto de su capacidad de enfrentar a Lavín. Este escenario le ofrece a Lavín una buena oportunidad para recuperar el liderazgo perdido y condena a las candidatas a subirse por la puerta de atrás al carro del debate político que se genere. Es uno en que el Presidente y la Concertación tienen poco que ganar y donde Lavín se desenvuelve como pez en el agua, pero es una tentación a la que tal vez no se puedan resistir. Harían bien en recordar la conocida fábula de «La liebre y la tortuga» que en la versión de Jean de La Fontaine es acompañada por la siguiente moraleja: «la idea de nuestra superioridad nos pierde con frecuencia».