El Mercurio, 17/7/2010
Opinión
Educación

Mapas y colores en el Simce

Harald Beyer.

Es exagerada la polémica que ha surgido a propósito de la decisión del Ministerio de Educación de informar sobre el desempeño de los establecimientos educacionales, respecto del promedio nacional por medio de mapas en los que los establecimientos educacionales aparecen con distintos colores: rojo, amarillo y verde, si los colegios están por debajo, en torno y por encima del promedio nacional, respectivamente. Salvo por los colores mismos, nada dicen los mapas que sugiera que los padres deben elegir un establecimiento por sobre otro o que un establecimiento específico es mejor.

Hay que pensar que esos mapas acompañan las cartillas que tradicionalmente se han entregado a los padres donde hay comparaciones de los establecimientos con establecimientos «similares» que son aquellos con estudiantes del mismo nivel socioeconómico. Es más, los informes sobre el Simce típicamente contienen la siguiente expresión: «para establecer que un establecimiento logra mejores desempeños que otro y poder afirmar que las diferencias de sus resultados en las pruebas Simce se producen por lo que sucede ‘dentro’ del establecimiento y no ‘fuera’ de éste, es pertinente comparar establecimientos que atienden a estudiantes de similares características socioeconómicas». ¿Hay inconsistencia entre ambas formas de analizar la información? La verdad es que ninguna: ambas son valiosas y satisfacen distintos propósitos. Sostener a este respecto que hay informaciones «útiles» o «relevantes» y, por defecto, otras «inútiles» o «irrelevantes» parece una idea algo anacrónica. Que exista más información es bienvenido.

¿Podrían los padres «confundirse» y usar sólo los mapas para tomar sus decisiones? Es una posibilidad que no hay que descartar. En ese caso el riesgo es que se podrían cambiar a un establecimiento de mejores desempeños sólo porque la composición social de sus alumnos es distinta, pero que no agregan mayor valor al proceso educativo, dejando atrás un colegio de peores desempeños como consecuencia de la composición social de sus alumnos, pero que a pesar de ello agrega valor. En términos de aprendizaje, el niño o niña que se cambió estaría peor. ¿Qué tan grande es este riesgo? Es difícil saberlo, pero no debe ser muy grande. Primero, porque la relación entre nivel socioeconómico y desempeño de los establecimientos no es absoluta. En segundo lugar, porque es más probable que el cambio se produzca entre establecimientos con similar composición social del alumnado.

Se ha sugerido que esta forma de presentar la información puede estigmatizar a los niños de menor nivel socioeconómico, pero ello tiene poco asidero. Más bien puede producir el efecto contrario, porque complementar con los mapas el modo habitual de entrega de los resultados Simce es una forma contundente de transmitirles a esos niños y a sus familias que se espera que ellos también puedan alcanzar un desempeño elevado. De hecho, todos los estudios de escuelas efectivas advierten la influencia que tienen las expectativas altas en el desempeño de los estudiantes. Más que los establecimientos en rojo, los que van a quedar en nuestra retina son esos casi 700 verdes del nivel A y B (los dos grupos de cinco de menos nivel socioeconómico) de un total de 3 mil que están por sobre el promedio nacional y que demuestran que no hay un determinismo entre condición social y desempeños en el Simce (cálculos hechos para establecimientos con al menos seis alumnos rindiendo la prueba).

Por ello, a la larga, mucho más cuestionable sería que no se entregase esta información. Darla a conocer tiene implícito la convicción de que más temprano que tarde los colores rojo, amarillo y verde no estarán correlacionados con la condición socioeconómica de los estudiantes que asisten a los establecimientos. ¿No es acaso éste el sentido más profundo de una educación equitativa y de calidad? Que ahora lo estén, lejos de estigmatizar a los niños que asisten a ellos, es un poderoso llamado de atención a revertir esa situación y a desarrollar las políticas educativas que permitan materializar esa convicción. Los mapas, entonces, aportan información que complementa y no reemplaza aquella que tradicionalmente se ha divulgado. Los riesgos asociados a su distribución son muy menores y, por ello, es difícil comprender la polémica generada.