Posiblemente, las fronteras entre la izquierda y la derecha son cada vez más difusas y son muchos los temas emergentes donde las transversalidades son mayores de las que se podrían haber anticipado. Pero ello no significa que no existan. Una postura lúcida al respecto fue planteada por Norberto Bobbio en su excelente Derecha e Izquierda. Ahí postulaba que «el criterio más frecuentemente adoptado para distinguir la derecha de la izquierda es la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad».
Por supuesto, Bobbio no tenía en mente la igualdad ante la ley, ampliamente compartida, sino que sobre todo la igualdad económica. Así, no parece demasiado controvertida la afirmación de que las personas de izquierda estarán disponibles para presionar más las reglas e instituciones que nos rigen para alcanzar ese propósito. Las personas de derecha, en cambio, son más escépticas frente a esa presión.
En todas las sociedades hay particularidades que se entrelazan con estas posturas y aportan matices específicos que rara vez se repiten en otras sociedades. La mayoría de las veces dicen relación con la historia y la cultura de cada nación. Pero ello no borra la distinción respecto del valor que se le asigna a la igualdad material en ambos sectores políticos. Mucho menos importante parecen ser, al menos desde el punto de vista de los votantes, las diferencias valóricas o religiosas tan habitualmente aludidas como diferenciadoras en nuestro debate nacional. En un mundo cada vez más complejo la forma de alcanzar esa igualdad toma formas no tradicionales que a veces incomodan a la izquierda y estimulan a la derecha.
Hoy es evidente que sin crecimiento y responsabilidad fiscal es imposible aspirar a ese objetivo, algo que es más ajeno al pensamiento tradicional de la izquierda y que todavía suscita debate en su seno interno. Sin embargo, aunque a regañadientes, estas premisas se han ido abrazando cada vez con más fuerza en la izquierda, al grado que pueden darse el lujo de dudar del compromiso efectivo de la coalición de centroderecha con el equilibrio fiscal sin que ello suene extemporáneo.
Hay otros ámbitos donde las complejidades de las sociedades modernas invitan a repensar la forma de alcanzar mayor igualdad y que la izquierda, anclada en una visión nostálgica, no quiere abordar. En ese sentido, una dimensión emblemática dice relación con la poca sintonía de la izquierda con la posibilidad de que las personas puedan elegir la provisión de servicios básicos como salud y educación. Puede comprobarse en la forma en que fue recibido el informe de una comisión de expertos de salud que abre tímidamente la puerta a que esa posibilidad pueda existir en esta área. El «erizamiento» es más sorprendente si se toma en cuenta que el reporte no compromete más que a los expertos convocados.
Sin embargo, es difícil pensar en igualdad si sólo algunas personas pueden elegir su servicio salud. Una solución podría ser que nadie tuviese la posibilidad de hacerlo. Pero ello es inviable. El problema para la izquierda es que sus votantes prefieren elegir. Por eso que, por ejemplo, enfrentados a la alternativa de optar entre un establecimiento de gestión pública o uno de gestión privada el 60 por ciento de los ciudadanos de izquierda, en encuestas realizadas por el CEP, prefiere el segundo. ¿Ha abandonado sus ideales el votante de izquierda? La respuesta es negativa. Sólo sienten que a través de esa posibilidad hay una oportunidad de igualdad que los prestadores públicos no han podido ofrecerle. Si los partidos de izquierda y sus dirigentes se niegan a ver esa realidad la distinción que hace Bobbio podría debilitarse y quizás, en ese caso, las fronteras comiencen efectivamente a diluirse.