El futuro económico de Chile dependerá de la capacidad para afrontar de manera decidida esta nueva realidad demográfica con decisiones efectivas y oportunas.
1,17 hijos por mujer. Esa es la última cifra oficial de la tasa de fecundidad en Chile, muy por debajo del 2,1 necesario para mantener la población estable. Este indicador posiciona a Chile como el segundo país con la tasa más baja entre las naciones de la OCDE, solo superando a Corea del Sur. Las implicancias económicas de esta realidad están apenas comenzando a vislumbrarse, pero podrían transformar radicalmente el futuro del país.
Llama la atención la rapidez con que hemos llegado a esta situación. A Europa, una región emblemática en la disminución de la fecundidad, le tomó casi 50 años reducir su tasa de 2,6 hijos por mujer a mediados del siglo XX hasta los actuales 1,4. En Chile, teníamos una tasa de 2,5 recién a principios de los 90, y en menos de 30 años ya estamos por debajo del promedio europeo. Según las proyecciones, este nivel se mantendrá en el futuro, dejándonos con aún menos tiempo para adaptarnos a los efectos del envejecimiento poblacional.
Esta preocupante tendencia, aunque no exenta de algunos aspectos positivos –como el hecho de que cerca del 40% de la disminución en la fecundidad en la última década corresponde a mujeres menores de 20 años–, plantea un reto significativo para el crecimiento económico del país. La expansión del empleo, un factor clave para la economía, se verá cada vez más afectada. De hecho, a partir de este año, se proyecta que la proporción de la población entre 15 y 64 años comenzará a disminuir. Además, la proporción de personas de mayor edad sigue en aumento, quienes en promedio trabajan menos horas. La implementación de la Ley de 40 horas profundizará aún más esta reducción.
Para enfrentar esta situación, necesitamos acumular más horas de trabajo y un aumento en su eficiencia. ¿Cómo lograrlo? El explosivo crecimiento de la inmigración —que se ha más que quintuplicado en una década— probablemente responde, al menos en parte, a esta necesidad. En el mediano plazo, resulta crucial recuperar las tasas de ocupación a los niveles previos a la pandemia y, aún más importante, incrementarlas. Esto requiere fomentar la participación laboral de mujeres, jóvenes y adultos mayores. La mejora de la productividad es el otro gran pendiente de nuestra economía. El último informe del CNEP confirma que sigue estancada desde hace más de una década.
A largo plazo, debemos mejorar las tasas de fecundidad, un desafío monumental. Ningún país que haya caído por debajo de 1,9 hijos por mujer ha logrado regresar a niveles de reemplazo. A nivel internacional, las políticas implementadas han tenido un impacto limitado, aunque un mayor gasto en ciertos programas de apoyo a la natalidad se asocia con tasas menos bajas. En este contexto, Chile cuenta con algunas medidas generosas, como el permiso parental, pero aún enfrenta desafíos significativos, como el fortalecimiento de los servicios de apoyo a las familias—como el cuidado infantil y de adultos mayores—. Un dato alentador es que, según la Encuesta CEP (2024), el número promedio ideal de hijos para los chilenos sigue siendo superior a dos, lo que indica que existe el deseo de familias más grandes.
Si hoy por cada cinco personas en edad laboral hay un adulto mayor, en 25 años esa cifra se duplicará. Los efectos económicos de esta tendencia no permiten sostener la actual estructura de gastos en los adultos mayores: algo tendrá que ajustarse. Sin embargo, mientras las medidas concretas para abordar este desafío económico se hacen esperar, el gasto público en pensiones no deja de crecer, como lo demuestra el reciente aumento de la PGU y la implementación de un componente –aunque acotado– de reparto en nuestro sistema.
El envejecimiento poblacional representa un desafío crucial para el crecimiento económico y exige una respuesta urgente. En el caso de Chile, el desafío es doble, ya que no basta con preservar el modesto crecimiento experimentado en la última década, que ha sido insuficiente para responder a las expectativas de la ciudadanía. El futuro económico de Chile dependerá de la capacidad para afrontar de manera decidida esta nueva realidad demográfica con decisiones efectivas y oportunas.