«…quizás la principal razón para abstenerse de continuar la senda de reformas pro crecimiento que alguna vez caracterizaron al oficialismo sea el temor a perder el poder…».
La Concertación lleva gobernando 18 años. Aprovechando esa realidad, he dividido arbitrariamente ese lapso en tres períodos de seis años cada uno. Usando la base de datos del FMI, recientemente actualizada y que reúne información de 181 países, he construido un ranking que ordena a los países de mayor a menor crecimiento. Pues bien, en el primer período, 1990-95, Chile ocupaba el lugar 11 en dicho ranking. En el segundo pasó a ocupar el lugar 72 y finalmente en el tercero, el período 2002-07, el lugar 103. Una parte de este peor desempeño se explica porque actualmente el país es más rico que hace 18 años, y es sabido que los países de mayores ingresos crecen más lento. Para ilustrar este punto puede tomarse la misma base de datos del FMI y ordenar el 2001, el año anterior al último período analizado, a todos los países según su ingreso per cápita. Se podrá comprobar que el primer tercio de países, a los que pertenece Chile, crece 1,2 puntos porcentuales menos que el segundo tercio, validando el argumento recién expresado.
Sin embargo, también podrá comprobarse que el último tercio de países no crece más rápido que el segundo, sugiriendo que la relación entre ingreso per cápita y crecimiento no es definitiva. Esta constatación explica también por qué un 40 por ciento de los 53 países con mayor ingreso per cápita que Chile en 2001 (medido en dólares de igual poder de compra) crecieron más rápido que el nuestro en el período 2002-07. Esto sugiere que políticas bien diseñadas y reformas institucionales bien pensadas pueden acelerar nuestro crecimiento más allá de lo experimentado durante los últimos años. Pero para ello se requiere un ánimo reformista. El oficialismo parece haberlo perdido definitivamente. No se ven las iniciativas que reemplacen, por ejemplo, los esfuerzos privatizadores de los primeros años, las desregulaciones de las telecomunicaciones, los acuerdos de libre comercio, entre tantas otras reformas que rindieron y siguen rindiendo valiosos frutos. El crecimiento económico parece haber perdido la prioridad de antaño. En las expresiones «crecimiento con igualdad» o «crecimiento con equidad» los primeros términos, quizás inadvertidamente, se han ido desdibujando.
No hay una única explicación para este fenómeno, pero adelanto dos. Por una parte, una cierta insatisfacción en muchos líderes concertacionistas con la tarea desarrollada hasta ahora, a pesar de que los más diversos indicadores sugieren un gobierno tremendamente exitoso. No es evidente el origen de ese malestar, pero lo que se ve como un nulo avance en igualdad parece estar a la base de éste. El crecimiento, entonces, pierde interés porque no habría producido ganancias en esa dimensión, y el debate tiende a desplazarse hacia cómo generar más igualdad o protección social. Así, el equilibrio al que aspiraba la Concertación pierde fuerza. Pero la población no parece estar especialmente molesta por la evolución de la desigualdad. Quizás porque espera que ésta se modifique sólo en plazos largos. Por ello, no es extraño que, como deja entrever la amplia encuesta realizada por el Consejo de Trabajo y Equidad a una muestra representativa de nuestros compatriotas, los chilenos valoren mucho más la movilidad social que la igualdad de ingresos. Consistente con ello, valoran el mérito personal, creen que el éxito individual es responsabilidad propia antes que del Estado y que las oportunidades son generadas por su propio esfuerzo antes que por las políticas gubernamentales. Este distanciamiento de algunos líderes concertacionistas respecto de la población es aún más notorio si se tiene en cuenta que sin crecimiento es muy difícil tener una movilidad social significativa y que la protección social, si bien valiosa en la medida en que sea cuidadosamente diseñada, no es precisamente una fuente de dicha movilidad.
Pero quizás la principal razón para abstenerse de continuar la senda de reformas pro crecimiento que alguna vez caracterizaron al oficialismo sea el temor a perder el poder. Es inevitable que dichas reformas afecten algún interés. La posibilidad de perder votos en un escenario electoral estrecho tiende a ser naturalmente resistida. Toda iniciativa que genere algún cuestionamiento, por mínimo que sea, prefiere suspenderse. Es así notable, por ejemplo, la facilidad con la que ENAP, BancoEstado y Enami fueron retiradas del proyecto que reformaba los gobiernos corporativos de las empresas públicas. En un escenario de estas características es inevitable que el inmovilismo se instale. ¿Por qué ese temor? Es harina de otro costal. La paradoja es que si el escenario electoral de los últimos años se ha vuelto más estrecho, es precisamente porque la Concertación perdió su espíritu reformista. Después de todo, el electorado aspira a movilidad social y no a igualdad de ingresos.