El Mercurio, 16/5/2010
Opinión

Esperando el 21 de mayo

Harald Beyer.

Un fuerte presidencialismo, como el que caracteriza a nuestro régimen político, tiene ventajas y desventajas para la coalición gobernante. Entre las primeras destaca la oportunidad de controlar de cerca la agenda. Ello ocurre porque los ministros no sólo están llevando proyectos de ley al Congreso, sino que, principalmente, porque están muy involucrados en la gestión de sus reparticiones, poniéndolos en contacto con las preocupaciones más comunes de la población. Por ello, se aseguran una alta cobertura mediática que puedan aprovechar para empujar su agenda y explicar con relativa libertad los propósitos de su gestión. El elevado perfil técnico de los ministros del actual gobierno debería ser favorable a esta realidad del presidencialismo chileno, sobre todo por la confianza que la opinión pública parece depositar en los expertos.

Sin embargo, para que ello repercuta favorablemente en la acción de gobierno, la población debe estar familiarizada con los ministros. Muchos de ellos al asumir no tenían mayor presencia pública, y después de dos meses de gestión, aún carecen de ella. Éste es quizás el resultado más significativo de la encuesta realizada por El Mercurio. El promedio de conocimiento es apenas superior al 50 por ciento. Incluso los entrevistados que los conocen tienen una imagen “borrosa” de ellos, al grado de que son altas las proporciones que no pueden mencionar un atributo (no es que estimen que no los tienen porque no mencionan la categoría “ninguno”, que es una de las respuestas posibles).

Es cierto que el gobierno lleva poco tiempo y su instalación ha sido compleja, pero detrás de este hecho se nota la ausencia de una estrategia política de largo aliento. Así, se eligió un gabinete con un marcado perfil técnico —que significó un costo con los partidos oficialistas que aún se está pagando—, porque, cabe suponer, se estimó que, a la larga, ello era políticamente ventajoso para el nuevo gobierno. Pero esa percepción, quizás correcta, no ha sido acompañada de acciones que potencien a los ministros. Así, hasta ahora aparecen los costos, pero pocos beneficios de esa decisión.

Los focos han estado, entonces, sobre el Presidente, cuya inclinación es a no rehuirlos. Es inevitable que los aciertos y los errores de su gobierno recaigan principalmente en él. Pero en un equipo que no tiene mayor experiencia y que está recién constituyéndose, la balanza se inclinará hacia los errores, sobre todo porque los primeros demoran algún tiempo en notarse, más todavía con las remotas posibilidades de satisfacer adecuadamente las expectativas de los afectados por la catástrofe del 27 de febrero. En ese sentido, la nota de 4,8 al Presidente no debe extrañar, sobre todo porque la encuesta recoge la opinión de una muestra representativa de personas que evalúan de forma muy distinta al Presidente. Por ello no deja de ser meritorio que, a pesar de las dificultades de instalación, un 66 por ciento (entre los que lo conocen) lo evalúen con nota cinco o más.

Asimismo, a pesar de ser poco conocidos, varios ministros tienen una nota de 5 o más, y los otros se acercan a esa nota. Por ello, no sería aventurado sostener que es un gabinete con mucho potencial, particularmente si los ministros logran articular una agenda precisa de transformaciones, que debería quedar plasmada el próximo 21 de mayo, y son acompañados por una estrategia política coherente que les permita desplegarla frente a la población. Si esto se concreta, los tropiezos de estos primeros meses quedarán en el olvido y podríamos, quizás inesperadamente, encontrarnos frente a un gobierno muy exitoso y con algunos candidatos presidenciales entre sus filas. El caso del ministro Lavín es particularmente interesante. Suma un 77 por ciento de personas que lo evalúan con nota 5 y más. Si este capital lo transforma en una agenda ambiciosa de reformas en educación, que sea respaldada por la población, se convertirá en un caso extraordinario de resurrección política.