Históricamente acostumbrada a tener resultados electorales mediocres, la Oposición no supo capitalizar las altas votaciones obtenidas. No fue capaz de articular una agenda que acogiese a esos nuevos electores que decidieron vitrinear en la vereda opuesta.
En la última encuesta del CEP queda en evidencia la fortaleza del oficialismo. No sólo se refleja en la importante intención de voto por Michelle Bachelet y en el fuerte respaldo al Presidente Lagos sino también en la significativa adhesión que genera la Concertación. Que un 37 por ciento de la población se identifique espontáneamente con la Concertación es un logro importante para una coalición que lleva más de 15 años en el poder y en un país donde los ciudadanos miran con recelo la actividad política. La otra cara de esta moneda es la debilidad de la Oposición. Definitivamente parecen haber quedado atrás las buenas votaciones obtenidas en ese bienio de oro que fue para esta coalición política el período 1999-2001.
Que se haya esfumado tan rápido ese nivel de apoyo no deja de sorprender. En estos momentos queda la impresión de que la derecha ha desandado todo lo que recorrió en la década pasada volviendo a los niveles de apoyo de principios de los 90. La adhesión que consiguió en su momento en la ciudadanía parece haber sido flor de un día. La falta de profundidad se notaba en el poco apego espontáneo que generaba la Alianza en los votantes. Salvo un momento particular, después de la parlamentaria de diciembre de 2001, la identificación con la coalición opositora nunca subió mucho más allá del 20 por ciento. Parecía haber desilusión de la Concertación, pero no por eso entusiasmo con sus adversarios políticos.
Históricamente acostumbrada a tener resultados electorales mediocres, la Oposición no supo capitalizar las altas votaciones obtenidas. No fue capaz de articular una agenda que acogiese a esos nuevos electores que decidieron vitrinear en la vereda opuesta a la que solían habitualmente hacerlo. En el mediano y largo plazo, un mayor caudal electoral sólo se puede encauzar si una coalición abre espacios a la mayor diversidad de intereses y preocupaciones que un grupo más numeroso de electores representa. Si los escaparates no reflejan esa demanda por mayor variedad, los nuevos electores volverán a la vereda original.
Por lo demás, el gobierno de Lagos hizo esfuerzos importantes para remozar sus vitrinas, renovando de paso el espíritu concertacionista que en los inicios de su gobierno mostraba un marcado agotamiento. Su gestión pulverizó, además, los recelos que en una parte del electorado generaba la vuelta de la izquierda a La Moneda. Pero, además, ha abierto un camino claro para este sector político. La política económica de su gobierno, tildada de conservadora e incluso neoliberal por algunos, es apoyada por tres cuartas partes de los votantes de izquierda. Imposible de imaginar hace tres décadas y difícil de creer hace una. La mayor liberalidad que se ha instalado en el país, difícil de definir con exactitud pero que está flotando en el ambiente, ha favorecido también a la Concertación, especialmente porque sus adversarios políticos huyen de la diversidad propia de estos tiempos. Las rencillas políticas y las recriminaciones mutuas que en los últimos años los han acompañado es quizás la prueba más evidente de aquello. Es por estas razones que la Oposición antes que consolidar sus posibilidades ha sufrido un ciclo político inverso al ciclo económico del país.
No es, por tanto, tan sorprendente el cuadro electoral que arroja la encuesta y si la derecha se descuida puede terminar arrinconada en diciembre próximo. En este escenario de debilidad de las candidaturas presidenciales aliancistas es tentador concentrar los esfuerzos sólo en las elecciones parlamentarias, pero esa estrategia puede terminar desdibujando aun más las opciones opositoras. El desafío es articular en los cinco meses que restan para la elección de diciembre una agenda que al electorado le deje al menos la sensación de que está frente a una derecha distinta. Crear este cuadro es lo que logró Lavín en la elección pasada, pero no logró sostenerlo en el tiempo y no se ve fácil que pueda rearticularlo en esta elección.
Quizás Piñera pueda intentar algo. Por cierto, parte de muy abajo y la predisposición a no votar por él es alta y similar a la de Lavín. Tendrá que darle una mayor identidad a su campaña y aprovechar que se lo evalúa en general positivamente. Por supuesto, esa evaluación no se convierte en adhesión política. Le cuesta sumar en su sector político y ello no tiene como contrapartida una mayor penetración en el centro como él esperaba. La falta de identidad actual la puede convertir en un activo si la construye a partir de una agenda atractiva que provoque y desafíe a la Concertación. Los votantes pueden brindarle una oportunidad si los invita a un proyecto atractivo. Después de todo, cambiarse de vereda no ha demostrado ser tan difícil. En caso contrario, la Oposición tendrá que sentarse a esperar la próxima contracción económica para acariciar la posibilidad de instalarse en La Moneda.