El doctor en sociología dice que el estallido marcó un quiebre en la percepción de los chilenos hacia sus instituciones.
En una publicación reciente titulada “A 5 años del estallido, el fin del malestar: riesgo y peligro en Chile”, Aldo Mascareño y su equipo del Centro de Estudios Públicos analizaron los procesos sociológicos que han marcado la historia contemporánea de Chile desde el retorno a la democracia, destacando el quiebre que significó el 18-O. Según Mascareño, octubre de 2019 marcó una transformación en la percepción de la vida cotidiana de las personas y en la relación de los chilenos con las instituciones públicas y privadas.
El investigador sénior del CEP opina que el antiguo malestar cultural provocado por la modernización capitalista, diagnosticado en los 90 por Tomás Moulián en “Chile actual: Anatomía de un mito” (1997) y el Informe de Desarrollo Humano de 1998, reflejaba un desajuste entre las expectativas de inclusión y libertad, propio de las paradojas del progreso, pero no constituía aún un daño cotidiano en la vida de las personas.
El doctor en sociología sostiene que el descontento ciudadano fue evolucionando a través de diversos hitos, como la revolución pingüina de 2006 y las protestas estudiantiles de 2011, culminando en el estallido social de 2019, que representó su umbral crítico, “donde lo latente se hizo evidente y el malestar comenzó a ser vivenciado como riesgo y peligro”, reflexiona.
– En la novela “Ella estuvo entre nosotros”, la escritora Belén Fernández relata cómo la enfermedad y muerte de su madre desintegró a una familia de clase media a comienzos del siglo XXI. ¿Por qué crees que la izquierda que nos gobierna dirigió su malestar hacia los gobiernos de la Concertación durante el estallido social?
Yo creo que, dentro de los sectores de la izquierda chilena, hubo críticas a la forma en que se estaba produciendo esa modernización capitalista, como la llama Carlos Peña. Recuerda lo que sucedió cuando Ricardo Lagos era candidato. A Lagos no se lo consideraba un socialdemócrata moderado, sino alguien que podría llevarnos nuevamente a una debacle institucional. Así lo veían las derechas más duras. Además, el Partido Comunista tenía una participación muy reducida en los gobiernos de la Concertación. Mientras tanto, crecieron las nuevas generaciones, las que hoy están en el gobierno, las del Frente Amplio. Estas nuevas generaciones, debido a su crítica al periodo de los 30 años y a los gobiernos de la Concertación, se acercaron más a posiciones extremas de izquierda que a la socialdemocracia de Lagos.
– Lagos representaba la Tercera Vía.
Era una socialdemocracia liberal reformista, enfocada en la idea de modernizar la sociedad a través de la democracia y el mercado, en lugar de una transformación radical. La Tercera Vía sufrió autocríticas internas en la Concertación, entre autoflagelantes y autocomplacientes. Durante la segunda década del siglo 21, con las críticas del Frente Amplio, pero especialmente después del estallido hacia los gobiernos de la Concertación, esto adquirió extremos. Entonces, el centro quedó reducido y la socialdemocracia casi inexistente. Pero hoy, puesto que las tareas de gobierno son lidiar con la realidad y no solamente con la ideología, de alguna manera los sectores de esa socialdemocracia volvieron a tomar cierto poder y también los sectores de la derecha más liberal.
– El gobierno resiste gracias a la gestión del Socialismo Democrático.
Tienen la experiencia política y una aproximación más pragmática hacia la solución de problemas. Es posible que los dos procesos constitucionales fallidos hayan servido de aprendizaje institucional para los sectores más pragmáticos de la política chilena porque tratar de transformar las concepciones dogmáticas en praxis es una receta para fracasar políticamente. Eso fue lo que pasó con la Convención y los sectores de izquierda, y lo que pasó, también, con sectores de derecha y el Partido Republicano durante el Consejo Constitucional.
– ¿Qué efectos ha tenido el proceso constitucional en la política y en la sociedad chilena?
El efecto es que aumentaron los riesgos y se transformaron en peligros. El malestar se va transformando en un daño, porque lo experimento concretamente día a día. Mis posibilidades de inclusión se limitan en salud, en educación, en pensiones, en vivienda, en transporte, en empleo, en crecimiento, en economía, en informalidad. Entonces, hablar del malestar hoy no es real.
«En muchos problemas hemos claudicado»
– ¿Por qué sostienes que el concepto de malestar es hoy un error o una ironía?
Formularlo así es un error de diagnóstico. Hoy tenemos un sistema político fragmentado que no llega a acuerdos, donde no podemos hacer las reformas urgentes necesarias en pensiones, en salud, y tenemos que realizar medidas parches como la ley corta de Isapres para solucionar un problema que, de no haberse solucionado, habría significado una debacle. Además, están los costos de la pandemia: los efectos en los niños que estuvieron sin clases durante un año y todavía no podemos solucionar. Vemos que las reformas que se hicieron en relación a la desmunicipalización no están dando los resultados esperados. Esto ya no es malestar, es daño concreto y terrible para las familias, los amigos y los vecinos. Si queremos minimizar la situación de nuestra sociedad hoy y calificarla de malestar, sería una ironía.
– Un símbolo de ese daño cotidiano fue el funeral narco que obligó a suspender las clases en Valparaíso. Desde una perspectiva interseccional hay tres daños: niños sin clases, el narcotráfico imponiendo sus leyes y la policía retrocediendo.
Ceder los espacios significa una claudicación. En muchos problemas hemos claudicado. Por ejemplo, está el caso de la inmigración. En Chile, tenemos ahora una tendencia a la baja en los hijos. Nuestra pirámide poblacional se está haciendo más vieja. ¿Qué significa eso? Que va a haber menos fuerza de trabajo eficiente para el futuro, menos capacidad de la sociedad para sostener a las personas que se van haciendo viejas. ¿Cuál es la forma de solucionar este problema de natalidad en diez o veinte años más? La única forma de suplir este problema es con inmigración. También teniendo más hijos, pero eso requiere políticas de incentivos.
– Las cifras recientes indican que el crecimiento demográfico en Chile ha subido gracias a la inmigración.
Entonces, claro, no se trata de aceptar a todos los inmigrantes. Tienen que haber procedimientos para eso. Pero si seguimos considerando dogmáticamente que hay que detener todo el ingreso de inmigración, ojo, porque esa es la forma en que las sociedades han surgido cuando esas pirámides poblacionales no se han invertido. El caso de Europa es el caso más típico de eso. Estados Unidos también.
– ¿Qué otros riesgos y peligros tenemos?
Los problemas que se producen en el sur de Chile en relación a los movimientos violentos políticos indígenas. Pareciera que ahora estamos satisfechos con el hecho de que hayamos militarizado la zona con la infraestructura crítica. Es un estado de excepción que se ha vuelto permanente, porque no ha habido formas políticas de controlar esa situación. Hasta hace poco se discutía el estado de excepción de la Región Metropolitana por la delincuencia. Y eso es claudicar en las formas de inclusión de las instituciones sociales y en el manejo que estas instituciones deben hacer de los riesgos y peligros que están en esos sitios. Otros problemas son la delincuencia y el narcotráfico. En esos casos, el Estado de derecho tiene el deber de actuar con la fuerza que la ley le ha instituido para controlar esa violencia. Esa no puede ser la solución permanente. Yo creo que una de las reformas fundamentales es la del sistema político, la limitación de los pactos y los subpactos en el sistema electoral, los umbrales de representatividad. Ese es un diseño institucional pragmático, no dogmático, que invita a las fuerzas políticas a reunirse.
– Revolución Democrática y Convergencia Social se fusionaron en el Frente Amplio.
Una cuestión absolutamente necesaria. Y es más necesario, diría, dentro de la izquierda y dentro de los independientes también. En la derecha, los partidos tradicionales como RN y la UDI se están acercando, mientras que Republicanos sigue su propio camino. Republicanos y el Partido de la Gente han tenido éxito electoral, pero carecen de cohesión política, lo que lleva a divisiones internas. Entonces, esta fragmentación refleja la desconfianza en las instituciones tradicionales y un enfoque individualista. Y las altas votaciones de estos partidos pueden no mantenerse, ya que la política chilena ha oscilado entre diferentes fuerzas desde el estallido social hasta hoy.
«El futuro es siempre una bifurcación»
– Jaime Durán Barba dice que la preocupación es que aparezca un nuevo candidato presidencial como outsider, un «caballo blanco», alguien sin manchas y percibido como una alternativa inmaculada.
Sí, eso podría ocurrir perfectamente. Si alguien logra captar la experiencia de precariedad que producen los daños que estamos viviendo hoy, entonces la gente podría acercarse a esa idea. Con respecto a la delincuencia, eso es posible. Pero actualmente no veo a alguien así. Creo que la gran oportunidad ahora está en la centro derecha con Matthei. Porque tiene una capacidad más pragmática, no necesariamente dogmática, para transformar. Tiene la habilidad de observar los riesgos y peligros.
– ¿Y cómo evalúas el crecimiento de Bachelet en las encuestas?
Eso también refleja el hecho de que un sector político del Frente Amplio no logró abordar adecuadamente los daños, riesgos y peligros de los problemas que enfrentamos. Esto abre la posibilidad para un sector más moderado tanto en la izquierda como en la derecha. Creo que esto explica la gran preferencia por Matthei en la derecha, así como el aumento en la popularidad de figuras como Bachelet y Tohá. Es poco probable que un candidato de una izquierda o derecha más radical tenga éxito en el próximo ciclo electoral.
– Una de las causas del estallido social en Chile fue el aumento del precio del pasaje del metro. Ahora, con el gobierno del presidente Boric aumentando las tarifas eléctricas, ¿existe la posibilidad de un nuevo estallido social?
Los eventos que desencadenan grandes movimientos sociales son resultado de una acumulación de problemas. El estallido social de 2019 en Chile no fue causado únicamente por el alza del metro, sino que fue el resultado de años de malestares acumulados. Hoy en día, Chile enfrenta una serie de problemas: delincuencia, inmigración, salud, educación, conflictos en el sur, narcotráfico y ahora el aumento de las tarifas eléctricas. Además, la figura de Boric enfrenta un alto nivel de rechazo, especialmente entre la población más vulnerable, lo cual podría agravar la situación.
– ¿Qué vislumbras para el futuro?
El futuro es siempre una bifurcación. Si seguimos contentándonos con una estabilidad superficial mientras persisten problemas, la desintegración va a continuar. Los pasos concretos tienen que ver con reformar el sistema político para manejar los disensos y alcanzar acuerdos sostenibles. Hay que repensar el futuro porque las bases están dañadas. La reconstrucción significa un trabajo consistente, paulatino. No una revolución. De modo que si no equivocamos, podamos tomar un camino alternativo, controlar nuestros propios riesgos y daños. La delincuencia y el narcotráfico demandan una respuesta firme y sin complejos de la fuerza legítima del Estado. La peor opción política es no tomar decisiones. Y el gobierno ha sido oscilante en sus decisiones, avanzando en ocasiones hacia la dirección correcta y retrocediendo en otras. Pero esto no es solo responsabilidad del gobierno, sino del sistema político en su conjunto. La votación obligatoria sin multas, la polémica Ley de Pesca, y debates filosóficos como el de los animales sintientes muestran cómo se discuten dogmas en lugar de enfocarse en problemas concretos. Transformar dogmas en decisiones políticas es lo que llevó al estallido social y al fracaso de los procesos constitucionales.
Por: Daniel Rozas.