Hay que recordar que Chile no es Argentina y el jardín de al lado no siempre es más verde. Pero eso no impide observar el trabajo realizado al otro lado de la cordillera, para repensar cuánto nos queda a nosotros por hacer y hacia dónde queremos ir. A partir de ahí, el desafío será encontrar las herramientas adecuadas y atreverse a usarlas.
La visita del ministro de Desregulación y Transformación del Estado Argentino, Federico Sturzenegger, no pasó inadvertida. Frente a la posibilidad de importar la motosierra, el ministro Mario Marcel afirmó que no es la solución a las tensiones fiscales y la candidata Evelyn Matthei preferiría una gran tijera de podar. Y aunque el ministro Sturzenegger dijo no venir dar a lecciones a los chilenos, podemos tomar nota de su experiencia al otro lado de la cordillera.
En primer lugar, el caso argentino ha demostrado que sí se puede alcanzar un equilibrio fiscal reduciendo el gasto. En Chile, las cuentas fiscales están en su peor momento en décadas y hay cierto consenso en la necesidad de reducir los reiterados déficits. Por eso el último informe del CFA dijo que es indispensable hacer ajustes adicionales del gasto por, al menos, 0,5% del PIB este año, y de 0,4% del PIB por año entre 2026 y 2029 para alcanzar un balance equilibrado.
Es cierto que esto es técnica y políticamente difícil de hacer, pues por cada peso comprometido hay una necesidad o un interés. Sin embargo, Argentina logró un ajuste equivalente a 5% de su PIB. No en una década, ni en cuatro años, sino en un mes. Y lo han mantenido a lo largo del año, principalmente mediante la reducción del empleo y el gasto al interior del sector público.
En Chile hay espacio para avanzar en esa línea. El crecimiento del tamaño del Estado no ha ido de la mano de una mayor eficiencia. En poco más de una década pasamos de 18 a 25 ministerios, el número de funcionarios públicos está por alcanzar el millón de personas (aunque todavía no sabemos exactamente cuántos son), y la oferta programática del Estado se ha ampliado, pero con poca coherencia interna. ¿Qué impacto ha tenido este aumento de gasto en el día a día de los chilenos? ¿A qué costo? ¿Y cuánto está llegando a quienes realmente lo necesitan?
Esto nos lleva a un segundo punto. Si es posible reducir el gasto, entonces no es necesario subir impuestos cada vez que se necesita financiamiento. Lo que parece evidente, no lo ha sido tanto en nuestra discusión pública. En los últimos años hemos aprobado una serie de reformas tributarias y estamos empezando a discutir otra más. Sin embargo, todas ellas han recaudado mucho menos de lo esperado, pero con un gran impacto en la inversión y crecimiento. Es más, según estimaciones de la Comisión Marfán —convocada por este Gobierno—, el aumento del impuesto de primera categoría desde el año 2000 nos está costando casi 8 puntos porcentuales de menor PIB.
El Gobierno parece estar consciente de lo anterior, porque presentó una rebaja del impuesto de primera categoría desde el 27% al 25%, pero compensándolo con aumento de impuestos a los dividendos. ¿Es esta rebaja suficiente para impulsar la inversión? Si ese es el objetivo, ¿por qué no compensarlo con menores niveles de gasto?
Y, si de inversión y crecimiento se trata, una última observación: sí, se puede superar la permisología, incluso en un país con los niveles de captura regulatoria de Argentina. Y eso trae grandes beneficios. Según la Comisión Marfán, la reducción de los tiempos en materia de permisos en Chile podría aumentar la tasa de crecimiento en 0,24% adicionales por año. Sin embargo, a pesar de las mejoras introducidas al proyecto de ley marco de autorizaciones sectoriales, y de los avances en la tramitación del proyecto de modernización del sistema de evaluación ambiental, ellos no proporcionan un marco regulatorio comprehensivo y coherente.
Decía Hayek (1974) que, frente a la complejidad del mundo y las limitaciones propias de las ciencias, para mejorar el orden social no deberíamos usar nuestros conocimientos buscando moldear los resultados como el artesano moldea sus obras, sino cultivar el crecimiento generando un ambiente adecuado, como un jardinero hace con sus plantas.
Para hacerlo, puede que algunos necesiten una motosierra. Otros, una podadora o, incluso, un bisturí. Como sea, hay que recordar que Chile no es Argentina y el jardín de al lado no siempre es más verde. Pero eso no impide observar el trabajo realizado al otro lado de la cordillera, para repensar cuánto nos queda a nosotros por hacer y hacia dónde queremos ir. A partir de ahí, el desafío será encontrar las herramientas adecuadas y atreverse a usarlas.