Una democracia liberal, en su concepción más elemental, exige elecciones libres y justas. Sin esa confianza, las bases mismas de la democracia se ven amenazadas.
Este martes, Estados Unidos vivió una de las eleciones presidenciales más significativas de su historia reciente. Donald Trump resultó victorioso con un margen considerable, logrando el respaldo de estados clave y asegurando una mayoría en el colegio electoral.
No solo fue el primer republicano en ganar el voto popular en casi dos décadas —desde George W. Bush en 2004—, sino que además lo hizo con una rapidez que sorprendió a muchos, especialmente considerando que las encuestas preveían una competencia reñida. En la mañana del miércoles, los principales medios reconocieron su victoria, y Kamala Harris reaccionó de manera acorde, concediendo la elección con respeto y sin incidentes. Un marcado contraste con la transición turbulenta que marcó la elección anterior.
Vale la pena hacer memoria y recordar cómo fue el último cierre de votaciones en noviembre de 2020. Tras perder ante Joe Biden, Trump y sus aliados cuestionaron la legitimidad del proceso electoral, desencadenando un intento de reversión de los resultados que culminó con el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021. Este grupo de “negacionistas electorales” volvió a movilizarse en las semanas previas a la elección de esta semana, advirtiendo sobre la posibilidad de un nuevo fraude electoral en caso de que Trump no resultara electo. Sin embargo, tras conocerse los resultados a favor del candidato republicano, estas voces han permanecido en silencio.
En Chile estamos acostumbrados a una dinámica electoral distinta, donde los resultados preliminares se conocen rápidamente tras el cierre de las urnas. Si bien nuestro país es pequeño en términos de población, la eficiencia y transparencia de nuestro sistema electoral es notable, incluso en elecciones concurrentes y de gran magnitud.
Esta agilidad en el conteo de votos refleja la fortaleza de nuestra institucionalidad electoral, que permite reabrir mesas y realizar un nuevo escrutinio en casos de discrepancias, como ocurrió recientemente en la elección para la alcaldía de Peñalolén, donde una diferencia mínima de 123 votos motivó una revisión del conteo.
La legitimidad de una democracia depende, en gran medida, del proceso electoral. No se trata solo de entregar los resultados rápidamente, sino de asegurar que estos sean la voluntad de la ciudadanía. Una democracia liberal, en su concepción más elemental, exige elecciones libres y justas. Sin esa confianza, las bases mismas de la democracia se ven amenazadas.
Estados Unidos, a pesar de su trayectoria democrática sólida, ha visto cómo un proceso electoral cuestionado puede debilitar la legitimidad del sistema en su conjunto. Las acciones de Trump en 2020 crearon un precedente peligroso, dejando una puerta abierta para que futuros candidatos o líderes nieguen los resultados cuando no les son favorables. ¿Qué pasará en la próxima elección si Trump, o cualquier otro candidato, decide nuevamente no aceptar los resultados?
En una elección no solo está en juego quién gobernará, sino la confianza en el sistema democrático en su totalidad. Para Chile, la lección es clara: debemos proteger y valorar la transparencia de nuestro proceso electoral y ser conscientes de los riesgos que conlleva cualquier intento de desacreditarlo.