El PC echó por la borda la lealtad a su gobierno y su compromiso con el Estado de derecho.
La diputada Lorena Pizarro, en compañía de otros parlamentarios del PC, insistió con la tesis de la “provocación” y el “montaje” lanzada por Lautaro Carmona. Al quedarse sola en el punto de prensa exclamó: “¿Se van compañeros?”, y agregó: “Eso lo define el partido. Yo no soy la encargada ni la vocera de definir lo que dice el partido”. El bochornoso episodio terminó con una de esas citas: “La política hay que ponerla en un nivel muy importante de ética y humanidad”. Esta escena es un símbolo de la crisis de identidad que vive el viejo PC.
En pleno siglo XXI cuesta entender al PC. También cuesta entender que jóvenes caigan bajo el hechizo de un partido tan anacrónico y enemigo de la libertad y la autonomía individual. Basta una rápida mirada a sus Estatutos. Entrar al “Partido” —aparece con mayúscula— requiere madurez y convicción. A los menores de 25 años se les recomienda partir en las Juventudes Comunistas. Hay que aprender la “disciplina consciente de sus militantes”. Por eso, “el trabajo faccional o divisionista” es una falta grave, para lo cual el Comité Central dispone de medidas disciplinarias ante la “traición a la confianza depositada por el Partido”.
Los Estatutos también hablan de la “democracia interna” como la “unidad dialéctica en la relación permanente del partido con el pueblo”. Esa dialéctica permite un “centralismo democrático” donde el Partido tiene una “dirección única centralizada”. Al final, el deber de todo militante es “someterse al control del Partido de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba”. Esta dialéctica hegeliana “arriba-abajo-arriba” tendría el asombroso poder de convertir dictaduras en democracias (Cuba, Nicaragua y Venezuela) y democracias en dictaduras (Piñera).
El inicio del Gobierno auguraba un difícil matrimonio entre el Frente Amplio y el PC. Marx decía que la historia ocurre primero como tragedia y después como farsa. Aunque esto refleja lo que hoy vive el PC, en el caso del exabanderado Daniel Jadue habría que invertir el orden. La farsa se convirtió en tragedia.
El 18 de julio del 2021, Gabriel Boric, el joven candidato del Frente Amplio, triunfaba en las primarias por sobre el fogueado alcalde de las farmacias populares. Aunque Jadue tardó en abrazar a Boric, la inesperada derrota fue acompañada por un gesto: Irací Hassler (PC) asumió como vocera de Apruebo Dignidad. Ahora el alcalde Jadue está en prisión y el próximo 18 de julio podría ser destituido. En solo 4 años la diosa Fortuna ha hecho de las suyas: Boric es Presidente de Chile, Hassler es alcaldesa de Santiago y Jadue podría permanecer tras las rejas sin cargo público; solo acompañado de su credencial del PC y el apoyo del viejo Partido que no deja de sorprendernos.
El apoyo a Jadue y al histórico Juan Andrés Lagos, defenestrado del Ministerio del Interior, podría entenderse. Pero la acusación de una “provocación” o “montaje” que ha dividido a sus militantes comprometiendo la disciplina del Partido es simplemente inaceptable. El PC echó por la borda la lealtad a su gobierno y su compromiso con el Estado de derecho.
La historia del comunismo, con su portentosa dialéctica, es tan extraordinaria que resulta difícil entender su existencia a no ser que se le compare con alguna religión. En 1904 Lenin, ante la amenaza de los mencheviques, escribió: “Un paso adelante, dos pasos atrás”. Con ese sugerente título forjó los principios que todavía mantiene el PC chileno. Uno se pregunta si, después de 120 años, los rostros de Vallejo y Cariola serán las promesas mencheviques. Para eso habrá que esperar el próximo Congreso. Ya veremos si el rancio y vetusto PC se mantiene firme y da la pelea, o si la nueva generación se atreve a realizar su propia revolución. En cualquier caso, Marx iluminará al Partido con alguna revelación dialéctica.