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Mutis por el foro

Joaquín Trujillo S..

Mutis por el foro

Muchos políticos chilenos hacen un ridículo que no calza ni con el ser ni con la apariencia cuando, de un día para otro, como por arte de magia, modifican su discurso en función de lo que ellos creen que el respetable público espera escuchar.

Schopenhauer, el filósofo orientalista que prefería los perros a los seres humanos, escribió alguna vez un libro con fórmulas para ganar discusiones. El suyo era una colección de efectos retóricos, en especial, falacias, falsos argumentos que la filosofía había estudiado y descartado por espurios, pero que el pesimista pensador ofreció a modo de armas a sus lectores.

Porque las falacias son armas con las que se evita el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, se lo suple por otro artero.

Una de esas falacias se conoce como la “contra las personas”. Consiste en desacreditar el valor de un argumento no por lo que efectivamente dice, sino por quién lo dice. Si Stalin o Hitler dicen: “Todos los hombres son mortales, Sócrates es un hombre, por lo tanto, Sócrates es mortal”, yo falazmente podría responder: “No les crean, fíjense quiénes lo dicen: nada menos que esta dupla, debe ser una mentira”. En este caso hipotético, estos genocidas célebres, dicen algo perfectamente lógico.

Sin embargo, la política está repleta de este tipo de falacias. Los políticos llaman permanentemente la atención sobre la calidad del que habla. “¡Ah! ¡Es un fascista”, “¡Oh! ¡Un comunista!”.

Y, con otros motes, funciona así hace milenios. La relación entre la política y la retórica y entre la retórica y el teatro se remonta a Grecia. Los dramaturgos clásicos fueron, como Pericles, autores de grandes discursos que pusieron en boca de sus personajes. Por supuesto, el tipo de discurso que declamaba aquel personaje debía calzar con su personalidad e itinerario.

Y es que en la política como en el teatro se construyen figuras de las cuales se espera cierto tipo de discurso. Por lo tanto, si un personaje lo cambia de sopetón, por lógico que sea su contenido, si no calza con lo que ha venido siendo, resulta inverosímil, acaso hasta ridículo.

A la inversa de lo que ocurre en la filosofía, en el caso del teatro político del mundo, importa demasiado quién dice qué.

Esta larga explicación tiene por finalidad recordar que muchos políticos chilenos hacen un ridículo que no calza ni con el ser ni con la apariencia cuando, de un día para otro, como por arte de magia, modifican su discurso en función de lo que ellos creen que el respetable público espera escuchar. Sí, en efecto, espera escuchar eso, pero no de ellos, sino de otros. Personajes que se correspondan con el mismo, no que arruinen el valor de ese discurso por el hecho de expresarlo. Así de simple.

Por supuesto, la historia de los personajes ha conocido el caso de aquellos que gradualmente fueron cambiando sus argumentos, por haber experimentado una profunda reflexión que los llevó a eso. El caso, por ejemplo, de personeros de la UP cuyo comportamiento fue nefasto. Muchos hicieron su mea culpa, cambiaron lo que podían cambiar, entendieron que ya no iban a ser personajes de la política, y por eso murieron convertidos en gente noble.

Porque entendieron en qué consistía el drama político. En hacer mutis por el foro, como en el teatro también llamado del mundo.