La “hoja en blanco” es una mecánica de reemplazo constitucional, antes que un llamado a ignorar la propia evolución constitucional, como si fuera posible pensar en el vacío.
Como ya es un lugar común decirlo, la cuestión constitucional es un desafío grande. Enorme.
Si gana el apruebo en el plebiscito del 26 de abril próximo, un desafío va a ser asegurar la posibilidad de que el camino constituyente se recorra en paz, con política; sin violencia, ni efectiva ni tampoco su amenaza; en medio de una verdadera comunidad política, y no en medio de intermitentes estados de naturaleza.
Ni siquiera me refiero al orden público en general —ojalá fuera así—, sino que a la posibilidad de que el órgano constituyente que se decida en abril pueda trabajar con tranquilidad, que todas y cada uno de sus miembros pueda deliberar con autonomía, sin vías de hecho, sin amenazas, sin funas. Sin extorsión. Todo lo que diré esta tarde está sujeto a esa condición. Es decir, opero bajo el entendido de que existirán las condiciones adecuadas para una deliberación constituyente. Es su condición de plausibilidad y, especialmente, es la condición de legitimidad de la futura Constitución.
Otro desafío es de carácter cognitivo, un desafío que plantea la dificultad de entender cómo llegamos a la situación en que estamos. En lo que sigue haré un rápido repaso de las candidaturas presidenciales desde el retorno de la democracia hace 30 años. Estas muestran una tendencia que se explicaría más fácilmente si hace dos años no hubiera ganado la candidatura presidencial que menos ofreció en cuanto a reforma constitucional. Además, esta victoria electoral parece consistente con lo que hace tiempo viene mostrando la encuesta del CEP: la baja prioridad relativa de la reforma constitucional. Esta consistencia dificulta aún más entender el devenir de la cuestión constitucional desde octubre pasado. A esto dedicaré la primera parte de esta presentación.
