En Chile tenemos un sistema de admisión a las universidades que es bastante pobre en instrumentos y en predicción del desempeño futuro de los jóvenes a los que selecciona. Enriquecerlo parece una necesidad. Más todavía si somos capaces de encontrar herramientas que no solo mejoran esa predicción sino que también la equidad en el acceso. Es evidente que el ranking de notas tiene potencial para combinar ambos objetivos. Diversos estudios muestran que si a la PSU y a las notas de enseñanza media se les agrega el ranking, el desempeño académico predicho en la universidad aumenta. Sin embargo, debe reconocerse que la magnitud es modesta. Con todo, tiene la virtud, a diferencia de la PSU, de no estar correlacionado con el nivel socioeconómico de los postulantes. En estas circunstancias, por qué preocuparse por su incorporación a la batería de instrumentos con los que se selecciona a los estudiantes universitarios. Parecería una equivocación.
En primer lugar, porque como reconocen los estudios más serios que evalúan el efecto del ranking, los resultados deben ser interpretados con cautela y, por tanto, son tentativos. Sucede que estas investigaciones evalúan el desempeño académico de estudiantes que ya fueron admitidos a las universidades por sus notas y resultados en la PSU. Si eso es así no se observa toda la distribución de estos instrumentos explicativos y ellos sufren lo que se conoce técnicamente como restricción de rango. En estos casos, las estimaciones subestiman el impacto de las variables afectadas por este fenómeno y pueden sobreestimar las que no. Es el caso del ranking, que no fue utilizado (o muy parcialmente en unas pocas experiencias) como instrumento en los procesos de admisiones en que se basan los estudios. Es curioso que a pesar de que existen técnicas estadísticas aceptadas para corregir por este problema ellas no se empleen en estos estudios. Ese potencial, entonces, no está del todo probado. Y un estándar razonable de prueba, en un asunto tan relevante, definitorio de quién entra o sale de una carrera selectiva, parece indispensable.
Un segundo aspecto que no está bien definido es la ponderación del ranking. Dejando de lado la cautela recién señalada, los estudios que muestran un efecto del ranking pueden servir también para estimar la ponderación de los instrumentos disponibles que maximizan la predicción de desempeño académico en la universidad. Ese ejercicio arroja una ponderación adecuada del ranking entre 10 a 15% (más cercana al primero de estos números), es decir por debajo de las proporciones que está empleando la mayoría de las universidades. Se podría argumentar que ello no es importante, porque se ganaría en equidad. Sin embargo, si se pondera demasiado el ranking la conclusión es que disminuye la predicción de desempeño académico y en el margen aumenta la deserción. No es evidente, entonces, que se gane en equidad. En cambio, sí es claro que se pierden recursos de familias, Estado y las propias universidades.
Un tercer aspecto es que el puntaje ranking propuesto se aparta del test realizado en los estudios que han servido para recomendar su introducción. En los análisis estadísticos realizados se incorpora una variable que caracteriza al 10, 15 o 20 por ciento superior de los estudiantes de cada establecimiento. Y se muestra que ella tiene, en general, un efecto positivo. De ahí se desprende que el puntaje ranking debería tener el mismo valor para todos los estudiantes que pertenecen al 5, 10, 15 o 20 por ciento superior. Pero como el puntaje ranking es una bonificación a las notas y para cada uno de estos rangos la nota difiere entre colegios y liceos dependiendo de qué tan “blando” o “apretado” es el establecimiento, se termina discriminando arbitrariamente a los estudiantes.
Así, por ejemplo, podrían existir diferencias muy importantes de puntaje ranking entre estudiantes del 10 por ciento de mejores notas. Y esta posibilidad efectivamente se manifiesta con fuerza. Así, estudiantes que, de acuerdo al estudio que respalda el ranking, son iguales pueden tener fácilmente entre 40 y 80 puntos de diferencia. Nada justifica esta discriminación. Algunos rectores defienden esta injusticia apelando a un bien mayor. Pero las simulaciones ofrecidas por el Demre no muestran cambios en equidad. El fenómeno más recurrente es una redistribución de estudiantes entre universidades. En varias universidades estatales salen de sus aulas más estudiantes de liceos públicos de los que entran. ¡Vaya paradoja!
El resultado más claro de este proceso es la discriminación arbitraria contra buenos estudiantes, particularmente de liceos públicos. Un proceso más gradual de cambio podría haber ido corrigiendo las deficiencias sin provocar esa discriminación innecesaria.