Es muy posible que los resultados de la encuesta mensual de Adimark de noviembre se hayan sentido como un pequeño terremoto en La Moneda. La caída de 13 puntos porcentuales en la aprobación a la forma como el Presidente Piñera está conduciendo su gobierno no es un antecedente menor. Claro que en octubre fue el rescate de los mineros y la población, con justa razón, premió al Presidente. Pero así como fue extraordinaria esa situación, también lo fue su aprobación. Es sabido que eventos de esa naturaleza no generan persistencia en la aprobación de una figura política. En ese sentido, el apoyo presidencial volvió a situarse en los niveles previos al rescate. Un 50 por ciento de aprobación junto con un 36 por ciento de desaprobación están lejos de ser un mal resultado para un Presidente que recibió bastante fuego cruzado durante noviembre.
Es indudable que los presidentes aspiran, aunque nunca lo confiesan, a tener alta popularidad. Pero ese objetivo debe ser realista. La memoria en política es corta y pocos recuerdan que en sus primeros tres años de gobierno, en la misma encuesta, la Presidenta Bachelet promedió un 46 por ciento de aprobación. Su alta popularidad fue un fenómeno sólo del último año y todavía no es del todo entendida. Ello hace pensar que a pesar de la caída en popularidad que exhibió el Gobierno, sus posibilidades están intactas. Su proyección política también se ve auspiciosa. Los ministros del Presidente Piñera, por ejemplo, son bastante mejor evaluados que los de Michelle Bachelet aun en el período en que ella alcanzaba su mayor popularidad.
Todo retroceso en aprobación sin duda afecta el estado de ánimo de un gobierno, pero la verdad es que, en este caso, no hay nada que sea particularmente preocupante. Quizás si el aspecto de más interés de este estudio sea la baja aprobación que recibe el Presidente en los sectores más populares. Son ellos los que más contribuyeron a subir el apoyo presidencial en octubre y a reducirlo en noviembre. Estas variaciones en sus opiniones no se pueden desconectar del hecho de que son los grupos socioeconómicos menos politizados y, por tanto, factores como el carisma de la persona que ocupa el sillón presidencial o su empatía pueden cobrar más peso al momento de definir su adhesión al Presidente. Convengamos en que en este frente Piñera tiene debilidades significativas.
Éstas se evidenciaron con claridad en la campaña para llegar a La Moneda, donde su punto más débil fueron precisamente los votantes de menor nivel socioeconómico. Ahora bien, que el Presidente no haya podido aún acercarse a esos grupos sugiere que el distanciamiento no es sólo un asunto de simpatías, sino que también involucra una dimensión política. La sociedad de oportunidades y seguridades, que parece apelar y entusiasmar a los grupos medios, no produce los mismos efectos en los sectores populares. Ahí, la idea de la protección social tiene mucho más fuerza. El desafío para el Gobierno pasa, entonces, por lograr que los grupos de nivel socioeconómico bajo puedan sentirse identificados con ese relato. Si ello no se consigue, estos grupos le seguirán siendo esquivos, y si se trata de hacer por el camino fácil del asistencialismo el distanciamiento de otros grupos, no compensará los beneficios políticos de seguir este camino.