Nunca un candidato presidencial de una coalición sustentada principalmente en la centro-derecha había obtenido tantos votos en Chile. Se logró en una coyuntura que era muy favorable para el oficialismo, lo que permite aquilatar la gran campaña que realizó Sebastián Piñera. Pero, más allá de los aciertos y errores de ambas campañas, esta elección deja un gran espacio para la reflexión política. Desde luego, porque después de ella no puede concluirse que Chile, contrariamente a lo que tantas veces se afirma y que se volvía a repetir anoche, sea un país estructuralmente de centro-izquierda: una parte significativa de los votantes está disponible para dejar a esta coalición en minoría.
Esta situación le otorga al proceso político una enorme fluidez. De hecho, podría argumentarse que si en la elección de ayer hubiese emitido válidamente su voto el mismo número de personas que lo hizo hace exactamente una década, a Sebastián Piñera le habrían faltado un poco más de 26 mil trescientos votos para obtener la Presidencia. Es decir, el triunfo electoral de la oposición parecería no ser sólo consecuencia del traspaso de votación entre coaliciones, sino que también producto de una caída adicional en la votación concertacionista expresada en blancos, nulos o abstenciones.
El apoyo del primero de estos grupos seguramente lo podrá mantener la nueva coalición gobernante si es capaz de satisfacer sus elevadas expectativas, para lo cual tendrá que moderarlas y abordarlas con decisión. Claro que aun siendo exitosa en esa tarea, la Coalición podría fallar en proyectarse más allá de un período. Si el segundo grupo está efectivamente compuesto por desencantados del proyecto político concertacionista, podría ser “reentusiasmado” por una Concertación renovada.
En cualquier caso, la Coalición por el Cambio haría bien en consolidar un proyecto político de largo plazo más elaborado. Hay trazos muy débiles en la actualidad que lo hacen muy incompleto. Es un proyecto que debe descansar sobre la diversidad que se observa en esta coalición, que a veces se oculta, y que debe enriquecerse por medio de un debate abierto y participativo.
Para la Concertación, la renovación de su proyecto político es una tarea mucho más compleja. No es evidente que sea capaz de construir un proyecto político común. En gran medida, porque su presencia en la sociedad civil es débil y no ha podido reproducir las instancias de mediación que la caracterizaron durante los 80 y que le permitieron articular el extraordinario proyecto político de las dos últimas décadas. Lo que vemos son más bien opiniones respecto de lo que debe ser la nueva Concertación, sin sustentos sólidos y que pueden conducir a grandes errores políticos. En parte, ello obedece a que, al menos una parte de ella, ha confundido los intereses de algunos grupos de presión con los de la ciudadanía. Es inevitable, entonces, un confusión política inicial que demorará en resolverse.
Pero además debe combatir lo que el historiador Tony Judt ha advertido como el gran problema actual de la Izquierda: el hecho de que no tiene sentido de lo que su propio éxito político significaría si fuese alcanzado. No tiene una visión articulada de una sociedad mejor, y por ello vive en un estado de permanente protesta y como aquello contra lo que más se protesta son los efectos de una modernización rápida, estar en la Izquierda es finalmente adoptar una posición conservadora. Algo de esto ha estado en la causa de la derrota concertacionista y el riesgo para ella es que esta actitud se prolongue en los próximos años.