Bachelet no parece haber dejado demasiado contentos a sus propios partidarios, pero la estrategia de Lavín y la falta de identidad de Piñera contribuyeron a que su ventaja no esté mayormente amenazada.
El debate parece haber generado menos expectativas en la población de lo que se podría haber pensado. Apenas un cuarto de los hogares lo sintonizó. Como muchos electores piensan que la carrera presidencial está definida, es natural que el interés decaiga. También el país siente que se viven momentos de estabilidad y progreso. Por supuesto, los electores saben que hay problemas y que hay enormes desafíos que deben ser superados. Pero los candidatos tampoco han sabido conectarse bien con los ciudadanos. Es cierto que es novedoso tener una mujer a las puertas de La Moneda, pero ello hace rato que ha sido absorbido por la ciudadanía. La verdad es que la campaña se desarrolla con algún grado de frialdad propia de países donde nada está demasiado en juego.
Por supuesto, los debates igualmente son informativos. Permiten calibrar a los candidatos y analizar sus estrategias, especialmente porque cada uno de ellos corre riesgos asimétricos en estos eventos. Michelle Bachelet lidera la contienda presidencial y claramente era la que más tenía que perder en el debate del pasado miércoles. Después de todo se ha mantenido en torno al 45 por ciento de las adhesiones, un número que la tiene a las puertas de ganar en primera vuelta una vez que se considera a aquellos electores que quieren votar en blanco o anular su voto, y que es un nivel del que es más fácil bajar que subir. Consciente de esta realidad, fue cauta y se concentró en responder las preguntas que le formulaban como una estudiante que se esfuerza por contestar bien las preguntas que le hacen sus profesoras, pero eso le hizo perder la cordialidad a la que nos tenía acostumbrado.
Dejó por un momento de ser la figura acogedora que muchos de sus votantes valoran. Claro que también ganó en prestancia y dejó entrever que es más que esa figura simpática, categorización que con razón a ella le irrita tanto. Con todo, en ninguna de las encuestas telefónicas post-debate la proporción de personas que la dio por ganadora en el debate superó el 40 por ciento, cifra que está bastante por debajo de la adhesión política que ella genera en este tipo de estudios. No parece haber dejado, entonces, contentos del todo a sus partidarios. Quizás una indicación de que el debate a lo menos aumentó la probabilidad de que la contienda presidencial no se resuelva en primera vuelta.
Hirsch es el candidato menos conocido y con menor apoyo. El debate era una oportunidad innegable para invitar al electorado a un proyecto distinto. No es evidente que la haya aprovechado. La élite seguramente disfrutó su atrevimiento, su rebeldía e incluso su humor, pero el votante medio sospecha que los problemas que estamos viviendo son el resultado de fenómenos bastante más complejos y que difícilmente se pueden atribuir a aquello que despreciativamente se denomina modelo neoliberal. Hirsch ofreció incertidumbre cuando la población quiere certezas. En fin, ofreció jugar una cancha donde la inmensa mayoría de la población no quiere hacerlo. Por cierto, podrá capturar algunos desencantados si es que estos deciden ir a votar ese día o a última hora desechan la anulación de su voto. Pero es difícil creer que el pasado miércoles su apoyo electoral haya crecido demasiado.
Joaquín Lavín parece haber renunciado definitivamente a conquistar al votante de centro. La presencia de Sebastián Piñera en el ticket electoral hace difícil esa posibilidad. Ha privilegiado, entonces, su consolidación en el votante más duro. Esta estrategia indudablemente también busca cerrarle la puerta al candidato de RN en ese electorado. En el debate la siguió al pie de la letra, aunque quizás exageró en el tono. Con una Alianza marcando en estos momentos entre 40 y 45 por ciento de los votos, este camino puede ser suficiente para asegurar una votación superior a la de Piñera, un objetivo que parece ser mucho más importante para él y su partido que trabajar en pos de una incierta segunda vuelta.
Sebastián Piñera, aunque bien en sus respuestas y ponderado en sus juicios, nunca logró adaptarse del todo al debate y menos transmitir bien qué postura representa él en esta contienda presidencial. En un acierto estratégico, Bachelet dio a entender un par de veces que Joaquín Lavín era la alternativa a ella para los votantes, desconociendo indirectamente a Piñera como opción relevante. El claro perfil opositor exhibido por Lavín terminó de dejar sin una identidad clara al empresario. Quizás pudo haber aprovechado mejor el hecho de que Bachelet no se detuviese mayormente a valorar el gobierno de Lagos. Incluso, no tuvo la delicadeza de reconocerle los dos significativos Tratados de Libre Comercio en momentos cuando manifestaba su vocación integradora.
El televidente extranjero que siguió el debate a través de la señal de CNN debe haberse quedado con la impresión de que el gobierno actual ha sido más de sombras que de luces, algo que no cuadra con la alta aprobación que exhibe Lagos y con el hecho de que alrededor de dos tercios de la población cree que el país va por buen camino. Piñera apunta a representar una voz que reconoce las bondades de lo realizado y que hacia el futuro cree poder resolver mejor los problemas y desafíos pendientes. El debate en muchos momentos se prestó para hacer este punto con claridad. Sin embargo, el candidato de RN no logró hacerlo y perdió una oportunidad de construir una identidad precisa frente al electorado.