El Mercurio, domingo 14 de agosto de 2005.
Opinión

Contabilidad política

Harald Beyer.

La economía va muy bien y así derrotar al oficialismo es extraordinariamente difícil en cualquier lugar del mundo. Pero el problema de la Alianza es más permanente.

La política tiene mucho de estrategia y cálculo. Pero no cabe duda de que la Alianza habitualmente exagera la nota. Se ha pasado semanas discutiendo respecto de si sus posibilidades de acceder a la presidencia aumentan con un candidato antes que con los dos que tienen en carrera. Este debate no parece muy provechoso, si se tiene en cuenta que al salir uno de los candidatos opositores sus votos no van en su totalidad al otro. Las diversas encuestas disponibles, más allá de sus particularidades metodológicas, coinciden en dos cosas. La primera es que la suma de los votos obtenidos en una contienda frente a Bachelet es mayor a la que obtendría cada uno de ellos por separado. Con todo, esta observación no es demasiado útil, porque -éste es el segundo aspecto en el que coinciden todas las encuestas- la suma de ambos no supera la adhesión electoral de la candidata oficialista.

Por cierto, dicha realidad no invalida la idea de que la mejor estrategia es la de dos candidatos. Es tentador argumentar que ella tiene el defecto de sugerir ingobernabilidad y que la bajada de uno de los candidatos aliancistas no sólo le entrega una mayor estatura de gobierno a la coalición opositora, sino que también impulsa la candidatura del que permanece en carrera. Claro que en estos momentos no hay una manera elegante de bajar a uno de los dos candidatos aliancistas. Pero tampoco parece ser éste el problema fundamental de la Alianza y ni siquiera es evidente que sea efectivamente un problema. Tampoco faltan quienes en este espíritu estratégico alientan la idea de que con un poco de suerte estas dos candidaturas podrían forzar una segunda vuelta. Las escasas perspectivas de triunfo que ahora se ven en esa segunda vuelta no parecen importarles demasiado, porque estiman que el resultado de las elecciones parlamentarias podría cambiar el panorama político. Ello podría producirse, sostienen los optimistas, si la DC queda muy disminuida. Una izquierda fuerte podría desalentar al electorado moderado que apoye a Michelle Bachelet en la primera vuelta.

La hipótesis no es del toda descabellada, pero esto de confiar en los «espíritus animales» del electorado no parece demasiado sensato. La Alianza tiene, primero, que cautivar a los votantes. Por supuesto que esto es difícil. La economía va muy bien y en estas circunstancias derrotar al oficialismo es extraordinariamente difícil en cualquier lugar del mundo. Pero el problema de la Alianza es más permanente. Se parece algo a los problemas que tiene el Partido Conservador inglés. No maneja una agenda con la cual enfrentar a la coalición gobernante. La oposición heredó del régimen militar una serie de activos y pasivos. Estos últimos están claros y aún provocan costos políticos. Entre los activos, es evidente que el compromiso de este sector con la modernización económica de esos años jugaba a su favor y, en particular, el apego que gran parte de la población siente hacia el modelo. No dejan de tener razón. Después de todo, es difícil imaginarse un modelo alternativo que pueda subir en 15 años el ingreso per cápita de los hogares al doble, incluido el de los más pobres.

Las dudas respecto del compromiso concertacionista con este modelo estuvieron durante mucho tiempo presentes en parte de la población y se hicieron evidentes después de la elección parlamentaria de 1997, que dio origen al debate de autocomplacientes y autoflagelantes. Las dudas concertacionistas estuvieron a punto de costarle el gobierno. Sin embargo, el gobierno de Lagos ha vuelto ese debate una cosa del pasado. Es difícil creer que la Concertación y la izquierda, en particular, vayan a optar en el futuro por un modelo de desarrollo muy distinto al actual. No hay demasiados votos en esa estrategia. Una nueva prueba de esto es el escaso apego ciudadano que parece generar la estrategia de Adolfo Zaldívar de pedir un cambio de modelo. La actitud del gobierno de Lagos y el fuerte apoyo de la izquierda a la política económica han depreciado enormemente los activos de la Alianza. En cambio, los pasivos siguen rondando y provocando altos costos. La imposibilidad de conquistar votos tiene mucho más que ver con sus deterioradas «hojas contables», antes que con la existencia de dos candidatos.

En esta disputa electoral no sólo por el votante moderado, sino que también por el propio, la derecha puede comenzar a recomponer sus activos y sacudirse más claramente de sus pasivos. Si esta competencia es leal y con altura de miras, quizás la oposición logre posicionarse mejor que en el momento actual. Todo es posible y en política los resultados no se definen hasta la noche de la elección. Pero para que la Alianza mejore sus posibilidades tiene que olvidarse de las discusiones irrelevantes y de los cálculos voluntaristas que difícilmente la acercarán a los votantes. Una estrategia política sólo es viable si cautiva a los votantes y ello supone avanzar hacia una nueva derecha, con una hoja de activos y pasivos distinta a la actual.