El Mercurio, domingo 31 de julio de 2005.
Opinión

¿Con qué derecha quedaremos?

Harald Beyer.

La verdad es que la elección de diciembre próximo, incluso en el mejor de los escenarios y a no ser que ocurra el improbable evento de que uno de sus representantes se instale en La Moneda, tiene nulas posibilidades de definir el liderazgo de la derecha.

No hay caso. En todas las encuestas, Michelle Bachelet aparece consolidada en el primer lugar de las preferencias políticas y si no comete errores es altamente probable que el próximo 11 de marzo se ciña la banda presidencial. Si la abanderada concertacionista aparece inalcanzable, el interés, como en esas carreras de Fórmula 1 donde Schumacher se escapaba en punta, se traslada crecientemente a la disputa por el segundo lugar. Ahí no parece estar todavía definido el resultado y ciertamente es atractiva una contienda por el liderazgo de la derecha.

La competencia por este segundo premio, que de verdad es bastante apetecido, puede generar una dinámica perversa en la oposición. Las viejas y persistentes rencillas pueden aflorar con fuerza desatando una campaña de descalificaciones que ya se ha observado en otras ocasiones. Un elemento moderador de esos instintos es la posibilidad de llegar a La Moneda, pero en la medida que ésta se esfuma éstos pueden aflorar con mucha fuerza.

Un escenario de esas características puede convertirse en una pesadilla para la derecha y dejarla muy disminuida después de diciembre próximo. En estas circunstancias, poco importará quién llegó en el segundo lugar. Si los votos de este sector político son pocos, cualquier aspiración a liderarlo en los próximos cuatro años quedará pulverizada. La verdad es que la elección de diciembre próximo, incluso en el mejor de los escenarios y a no ser que ocurra el improbable evento de que uno de sus representantes se instale en La Moneda, tiene nulas posibilidades de definir el liderazgo de la derecha.

La mejor prueba de ello es que la excelente votación de Lavín en el año 1999 le ha servido de muy poco para consolidar un liderazgo no sólo ahora sino que en los últimos dos o tres años. Si el lector necesita otra prueba de esta afirmación basta mirar a la acera política contraria. En los cálculos de quién estaba hace 18 meses que Bachelet se iba a levantar no sólo como la abanderada concertacionista, sino que como la probable Presidenta de esta larga y angosta faja de tierra. Hay cuatro años, que en política son una eternidad, para que se defina el liderazgo de la coalición opositora. En diciembre próximo esta inquietud quedará sin respuesta.

En cambio, la elección de diciembre próximo tiene mucho más posibilidades de dilucidar la derecha que emergerá de esta contienda. Una disputa agria en la coalición no abre espacios reales para un debate generoso y reducirá aún más la votación de la oposición, dejándola no sólo muy dividida sino que intelectual y políticamente muy desamparada frente a una Presidenta popular y que ha prometido un cambio generacional que es muy posible que logre insuflarle nuevos aires a la coalición gobernante. En este escenario, la posibilidad de levantarse en cuatro años -a no ser que el gobierno de Bachelet sea un desastre, lo que es un escenario muy improbable- se vuelve muy cuesta arriba para la coalición opositora.

Un escenario mucho más provechoso para este sector político es un debate de ideas. Los dos candidatos opositores tienen capacidad para ello. Sus equipos técnicos han estudiado, o se encuentran en esa etapa, propuestas que son de peso. La tarea tanto de Lavín como de Piñera es convencer a la opinión pública de las bondades de sus propuestas. Esta competencia política no sólo es más sana sino que abre una oportunidad para crecer electoralmente no sólo en esta ocasión sino que en el período posterior a la elección. Más allá de los resultados de diciembre, esos planteamientos pueden servir para articular una oposición en torno a una agenda concreta que exhibir al país y con mayor capacidad de enfrentar constructivamente al gobierno. El escenario alternativo sólo ofrece ingobernabilidad al país y pocas ideas que inviten al electorado a sumarse más adelante a su proyecto político.

Una derecha constructiva y propositiva puede reinventarse con más facilidad y, respaldada en su agenda, abrir espacios a una mayor diversidad de la que ha exhibido hasta ahora. Hay una responsabilidad evidente de los actuales candidatos presidenciales y de las principales figuras de consolidar una alianza política de estas características. En caso contrario, el electorado no se demorará mucho en pasarle la cuenta. Los propios votantes de derecha, como lo sugiere la encuesta CEP de hace algunas semanas, no evalúan bien a la Alianza. Sin embargo, aún no se han alejado de ella. Pero si los apuran un poquito más, no debería sorprendernos si en las próximas elecciones no acuden a las urnas y castigan a sus líderes actuales.