En el actual escenario electoral presidencial, la paradoja es que hay demanda por candidaturas moderadas, pero no por candidatos centristas.
Las empresas con caja, escasa deuda y propiedad diluida difícilmente logran mantenerse en el tiempo sin ser objeto de un intento de toma de control. Es una inversión que puede producir enormes retornos. Hasta hace poco más de una semana el escenario político parecía tener algún grado de semejanza, obviamente guardando las proporciones, con esas atractivas empresas. Las distintas opciones presidenciales no generaban el entusiasmo de antaño. Lavín, aunque parecía estar de vuelta en el último tiempo, aún era un candidato debilitado y sus perspectivas futuras eran inciertas. Por otra parte, las precandidatas presidenciales de la Concertación lograban sortear apenas sus primeros desafíos políticos importantes y primaba la sensación de que defraudaban las expectativas de los votantes concertacionistas ideológicamente menos comprometidos.
Había espacio, entonces, para intentar una toma de control de un electorado sin lazos demasiado fuertes con las alternativas vigentes. Sebastián Piñera intentará convencer ahora a los dueños de los votos, los ciudadanos, de que él representa la mejor carta para gobernar por cuatro años el país a partir de marzo de 2006. No cabe duda de que tiene la capacidad, la energía y, desde luego, el dinero para desarrollar una aventura electoral que lo lleve lejos. Goza, además, de una importante evaluación positiva en la población que hasta ahora no se ha traducido en una intención de voto importante hacia su persona, pero el escenario político parece estar suficientemente fluido para que puedan manifestarse cambios en dicha intención.
Tal vez, su principal debilidad es que su candidatura no es el resultado de un respaldo mayoritario en el sector político que ha representado no sólo en el papel, sino que también en el Senado. En su partido consiguió un importante respaldo, pero figuras importantes del mismo no apoyaron su postulación. Esa situación no necesariamente es una desventaja, en la medida en que logre mantener un anclaje claro en la derecha. Una candidatura exclusivamente centrista puede reunir finalmente pocos votos. Es algo así como el síndrome que afecta a la DC. El país se ha moderado. La distancia entre los polos políticos se ha acercado enormemente y este fenómeno se ha hecho mucho más evidente después del gobierno de Lagos.
La izquierda -y creo que eso lo han entendido bastante bien Bachelet y su entorno- no tiene futuro político si renuncia al camino que, grados más o menos, ha trazado el tercer gobierno de la Concertación. Lavín, por otra parte, ha demostrado que percibe que una candidatura de derecha necesita desplazarse agresivamente hacia el centro. Está en eso. Claro que su partido no lo ha ayudado mucho en esa estrategia. La lógica del sistema binominal atenta contra ello y este año, y en el futuro, habrá elecciones simultáneas que exigen mayor correspondencia entre las posiciones de los partidos y los candidatos presidenciales, para no afectar la credibilidad de estos últimos. Algo parecido le sucede a Bachelet. Claro que en su partido, sencillamente por contar con menos votos que la UDI y, por tanto, menor número de representantes, no suele notarse tanto.
En el actual escenario electoral presidencial, la paradoja es que hay demanda por candidaturas moderadas, pero no por candidatos centristas. Las primeras son representadas por figuras que vienen de los polos o que tienen fuertes lazos con la derecha o la izquierda y se desplazan genuinamente hacia el centro político. Los candidatos centristas pueden quedar en estas situaciones «aplastados» por las figuras políticas más cercanas a los polos políticos. Que la irrupción de Piñera asegura que tanto Lavín como Bachelet van a perdurar y acentuar esta estrategia es un hecho. Posiblemente se encuentra aquí el principal desafío para Piñera: su candidatura debe tener un soporte claro en la sensibilidad de derecha, más marcado del que goza hasta ahora y lo obliga, entre otras cosas, a evitar una confrontación abierta con Lavín. Por lo demás, una situación de esta naturaleza permitiría que la acusación de falta de gobernabilidad en la derecha que la Concertación comienza a articular caiga en terreno fértil. Pelearse con Lavín el 40 por ciento de los votos a Piñera no le sirve demasiado. Claro que la dinámica electoral y la historia de los últimos años podrían hacer esto inevitable.
Pero Piñera también tiene que evitar que Bachelet, la casi segura candidata concertacionista, avance demasiado hacia el centro y termine finalmente copando los espacios de crecimiento para los candidatos aliancistas. Su candidatura, más allá de los traspiés menores de las últimas semanas, parece fuertemente arraigada en la ciudadanía. Su credibilidad, el gran activo de Bachelet, va a tener que ser cuestionada por Piñera. Por cierto eso también le sirve para afianzarse al interior de la derecha. Su sintonía con la DC es un activo que el nuevo candidato aliancista intentará explotar. Claro que el partido de la flecha roja pondrá mucho esfuerzo en frenar ese coqueteo. Con Renovación Nacional y el bloque progresista fortalecidos y sin representante en la contienda presidencial, las elecciones al Congreso se vuelven sumamente desafiantes. La izquierda tendrá que abrirle suficiente espacio en la confección de sus listas para asegurar la lealtad de esos votantes. Por eso es que, después de todo, la irrupción de Piñera puede haber fortalecido, en lo que constituiría una nueva paradoja, el poder negociador de la DC en la confección de las listas parlamentarias, que hasta el sábado de la semana anterior parecía muy debilitado.