La elección de un representante por coalición vuelve la competencia al interior de la misma un fenómeno muy complejo, en especial porque hay que sumar muchos votos para elegir a los dos representantes de la coalición.
No siempre la política se hace en coaliciones, como ocurre en Chile desde que se reinstaló la democracia. La coordinación al interior de ellas no es fácil, menos aún cuando un sistema electoral como el vigente tiene algunas particularidades que afectan la relación entre los partidos. Para un amplio espacio de variación en votaciones en cada distrito -entre un tercio y dos tercios de los votos-, el resultado en términos de parlamentarios elegidos es exactamente equivalente para cada coalición. En ese sentido, existe un gran número de escenarios donde los resultados para cada uno de los bloques políticos son relativamente predecibles. Más ahora que las votaciones de las coaliciones, puntos más puntos menos, parecen moverse con grados importantes de certeza al interior de este rango.
Sin entrar a un cuestionamiento de este sistema electoral -en esta misma tribuna he manifestado una preferencia por un sistema uninominal-, éste tiene implicancias para los partidos que trascienden la manera en que se expresan votos en escaños. Siendo medianamente predecible para las coaliciones es muy impredecible para los partidos. La elección de un representante por coalición vuelve la competencia al interior de la misma un fenómeno muy complejo, en especial porque hay que sumar muchos votos para elegir a los dos representantes de la coalición. La competencia, efectiva, es entonces con el compañero de lista. Por cierto, esto puede llevar a una competencia por el votante duro que debilite el desempeño global de la lista, pero hay que perder muchos votos -el umbral inferior es un tercio de éstos (en general por debajo de esto, dada la presencia de la izquierda extraparlamentaria en las papeletas electorales)- como para que éste sea un riesgo de verdad importante. Esta asimetría hace, en general, inevitable focalizar la competencia entre los aliados políticos.
El panorama político chileno parece estar marcado por este hecho, especialmente al interior de la Alianza. En la Concertación esto es menos evidente y hay buenas razones para ello. Mucho se especula que en la coalición oficialista está más institucionalizada la resolución de disputas y la política de negociación que en la oposición. Algo de eso hay, pero es probable que influya aún más que ella se estructure en torno a cuatro partidos y que los cupos disponibles sean sólo dos. Tiene que haber una tradición de votación cruzada entre partidos y de pedirle el voto al miembro del partido con el que se compite en otro distrito, asociada al hecho de que en muchos distritos un partido en particular se excluye de la competencia. Estos pequeños factores permiten alimentar una cultura de coalición más robusta.
La situación es radicalmente distinta en la Alianza. En principio, en este sector político, los partidos no se excluyen y están presentes en todos los distritos disponibles. La inexistencia de una tradición de votación cruzada alimenta las identidades partidarias más que una vocación de coalición que vuelve mucho más compleja la relación entre los partidos. La existencia de un régimen presidencial también hace muy poco por cultivar una relación de cooperación. En los regímenes parlamentarios es indispensable operar como coalición. Esta ausencia de cultura de coalición se traduce, entre otros aspectos, en un afán de control de la campaña presidencial. La labor de los partidos, sin embargo, debe ser la elección de su representante y darle gran libertad para definir su campaña, la misma que en el hecho gozan los candidatos al Parlamento una vez que son seleccionados. Esto es lo que se observa en otras democracias en el mundo. La alternativa supone tensionar innecesariamente la campaña presidencial.
Las dificultades que ha enfrentado la Alianza para organizarse como coalición sugieren que hacia el futuro necesita repensar la forma en que se organiza institucionalmente. No es evidente cuál es la organización más conveniente, pero no deberían descartarse una infraestructura y presencia comunes de la Alianza en los distritos y la el ección competitiva de los nombres que integren el binomio que postula al Congreso -que podría significar eventualmente la presencia de dos UDI o dos RN en algunos distritos que a la larga promoverían la cultura de coalición- y de candidatos a las alcaldías. Una gestión política de la Alianza, más profesional de esta infraestructura, del apoyo a los partidos y de crear mecanismos transparentes y competitivos de elección de los candidatos que den garantías a todos los integrantes de esta coalición, parece un camino posible y que puede ayudar a la Alianza a reducir los niveles de conflicto que históricamente la han acompañado y crear una cultura de coalición que se ve muy desdibujada.