La elección de 1999 demostró que las ventajas de Lavín están en su contacto directo con la población y ese es el camino que debe recuperar.
La Alianza parece entrampada en una discusión respecto de la mejor manera de abordar la campaña del próximo año. Esta tiene particularidades respecto de votaciones pasadas. Es primera vez, desde 1993, que coinciden las elecciones parlamentarias y presidenciales. Ello no es un antecedente menor. Más aún, si se aprueban las reformas constitucionales en la Cámara -un evento altamente probable-, en el futuro todas las elecciones tendrán estas características. Cabe suponer que ello debería afectar la forma en que se organiza la coalición de oposición. En las elecciones de 1989 y 1993, cuando las posibilidades objetivas de acceder al gobierno eran nulas, la organización específica de este sector político no tenía demasiada importancia. En cambio ahora que, a pesar del revés sufrido en la elección municipal, se anticipa una elección estrecha y nada sugiere que ello no pueda replicarse en elecciones posteriores a 2005, la necesidad de una institucionalidad que aglutine a los sectores que se identifican con la Alianza comienza a cobrar sentido.
No deja de ser paradójico que este sector político, que está emparentado con una tradición intelectual donde los buenos diseños institucionales se consideran centrales para canalizar constructivamente los esfuerzos y acciones individuales, haya sido incapaz de construir un marco organizacional que dé garantías a todas las tendencias que conforman esta corriente política. Ahora se hacen nuevamente esfuerzos para avanzar en esta dirección, pero de repente se desdibuja el camino. Para encontrarlo no se debe dejar de ensayar y no hay que olvidar que la discusión está marcada por protagonismos individuales que, por cierto, son inevitables en toda empresa humana de carácter colectivo. No me parece que está ahí el problema. Más bien en un grado de confusión respecto de la forma en que se organizan los partidos y las campañas. Los primeros perduran en el tiempo mientras que las segundas son transitorias por definición y éstas tienen que estar finalmente en manos de los candidatos y de sus equipos.
Por supuesto que tiene que haber un grado de coordinación entre ambas instancias, pero sólo aquella necesaria para aunar esfuerzos y no contrarrestarlos. En el caso particular de la próxima campaña presidencial la integración de los partidos no agrega valor. La elección de 1999 demostró que las ventajas de Lavín están en su contacto directo con la población y es ese el camino que debe recuperar. Por una razón u otra fue esa imagen la que, durante los últimos 15 meses, se desvirtuó. De alguna manera entró en ese juego de las interminables reuniones que, como planteó en alguno de sus escritos ese brillante ensayista y poeta que es Hans Magnus Enzensberger, tanto marca a los políticos y que tiene como principal resultado que estos pierden la capacidad para sorprender a la opinión pública. Lavín ciertamente dejó de sorprender.
Para recuperar esa capacidad se requieren esfuerzos mayores que, desde luego, suponen separar aguas en su campaña de los partidos políticos, especialmente, porque a diferencia de lo que ocurrió en 1999, Lavín tiene al frente candidatas que han sido capaces de acercarse a la ciudadanía y, en algún grado, capturar esa capacidad de sorprender que él alguna vez tuvo. Es aquí donde hay espacio para una agenda mucho más sólida, responsable, innovadora y sorpresiva que reconquiste a ese electorado que estuvo dispuesto a votar por él una vez y que puede de nuevo hacerlo. Una buena agenda es también un puente con los partidos, porque, aunque pueda sonar contradictorio, Lavín necesita a los partidos ordenados detrás de su campaña que no es lo mismo que integrados a ella. Los candidatos al Congreso finalmente tienen que remar hacia al mismo lado, pero hay particularidades locales que indudablemente los obliga a tener algún grado de independencia en sus propias campañas. Es precisamente la autonomía que necesita cada una de las campañas la que hace indispensable una mayor coordinación institucional de la Alianza. Sólo así esta coalición política podrá demostrar que tiene capacidad de gobernar. En la configuración de una nueva estructura, Lavín no puede estar del todo ausente y tampoco en la definición de los nombres más apropiados para conducir este proceso. Pero su participación deber ser como aquella mano invisible del mercado que promueve los intereses generales de la comunidad, en este caso opositora, pero que no se nota.