El Mercurio, domingo 20 de junio de 2004.
Opinión

Las ventajas de salir al pizarrón

Harald Beyer.

«Lo cuestionable no es el viaje de Lavín con Marlen Olivari a Haití, sino que haya perdido la oportunidad de fijar algunos lineamientos centrales de su política exterior en caso de acceder a la Presidencia».

El candidato de la Alianza por Chile lleva seis años como candidato. En su base de apoyo no había más que esperanzas de que realizara una campaña digna frente a ese acorazado que era Ricardo Lagos. Lavín sorprendió con una campaña no tradicional para la derecha de cercanía a la gente y muy mediática aunque pobre en contenidos. Sus buenos resultados le dieron el derecho de competir otra vez en 2005. El alto desempleo de ese entonces y la rigidez de la campaña del actual Presidente aportaron un soporte a esa atípica candidatura.

El éxito relativo de la candidatura presidencial del abanderado aliancista desvirtuaba las críticas que, desde su propio sector, se le hacían a la falta de profundidad de su mensaje. Por cierto, se entendía que había sido una elección muy particular. Se suponía, además, que su instalación como candidato presidencial para la siguiente ronda, inmediatamente el día posterior a su derrota en la segunda vuelta, lo iba a obligar a ir a una estrategia que definiera con más claridad la agenda específica que iba a impulsar desde su gobierno. La percepción creciente, en algún momento, de que él iba a ser el próximo Presidente del país generaba una presión adicional para conocer esa agenda. Sin embargo, ella no llegaba. Incluso ahora que se respira por todas partes un aire electoral los contenidos de la campaña están ausentes.

En esta actitud parece haber una interpretación algo parcial de la experiencia norteamericana. Es cierto que allá los candidatos desarrollan una campaña con mucha chaya y serpentina, pero los eventos mediáticos se transforman en oportunidades para transmitirles a los ciudadanos las propuestas que el candidato querría avanzar en un eventual gobierno o sus posiciones en temas que son de interés nacional. En ese sentido, lo cuestionable no es el viaje de Lavín con Marlen Olivari a Haití, sino que haya perdido la oportunidad de fijar algunos lineamientos centrales de su política exterior en caso de acceder a la Presidencia, algo que parece fundamental si se tiene en cuenta que la experiencia de la Oposición en el área de las relaciones internacionales es muy deficitaria.

Pero como no hay peor astilla que la del propio palo, el candidato de la Alianza ha perdido terreno frente a una figura, como la ministra Bachelet, que en muchos aspectos recuerda la estrategia de Lavín. Sus apariciones, tal vez menos planificadas que las del Alcalde, tienen una alta exposición mediática y la han erigido en la principal alternativa concertacionista a la Presidencia. La certeza de que Lavín será el próximo ocupante de La Moneda ha desaparecido. Pero el aura de Bachelet ha sido mellada en el último tiempo. Pocos dudan que Lavín la golpeó políticamente con su propuesta de servicio militar voluntario. De paso, validó que una agenda concreta puede ser un arma muy efectiva en una campaña presidencial. La creación de una agenda tiene una importancia adicional muy significativa para Lavín. Tendrá que gobernar en el Congreso con una minoría o en el mejor de los casos con un empate. En estas circunstancias, la «venta» previa de las propuestas al electorado ayuda a esa tarea. La votación popular significa un tremendo respaldo para llevarlas adelante y hace compleja una oposición a ellas, especialmente después de un prolongado gobierno de la Concertación. En cambio, no es fácil llevar adelante políticas que no han sido defendidas frente a la opinión pública, sobre todo si ésta estimara que no es para ello que ha elegido a su Presidente. Lavín necesita – y le conviene- complementar su campaña con una agenda efectiva.