El índice de ciudades creativas le está quitando el sueño a numerosos gobernadores y alcaldes estadounidenses. Y los más rezagados en estos índices sienten que están perdiendo la carrera por el progreso económico.
Linkin Park es una de las bandas nuevas de rock de mayor éxito en la actualidad. Sus discos se venden en todo el mundo. Las entradas a sus conciertos se agotan con semanas de anticipación. Cultivan un híbrido de hard rock, hip hop y rap que apela a un grupo amplio y diverso de jóvenes y a muchos que no lo son tanto. Su música encarna un poco esa diversidad tan propia del mundo global. Tal vez por eso gustan tanto no sólo en Estados Unidos sino también en Europa, Malasia y Chile. El último disco que sacaron, una grabación en vivo, se denomina Live in Texas.
La elección de Texas no dejó de llamarme la atención. La imagen que transmite ese estado estadounidense, tal vez influida por aquella popular serie de televisión Dallas o por los tradicionales cowboys, es la de un estado poco pluralista. De ahí George Bush -para muchos, el símbolo de la intolerancia- saltó a la presidencia. Es inevitable, entonces, quedarse con la sensación de que ese estado está alejado de la diversidad que Linkin Park encarna. Sin embargo, muchas veces las imágenes no reflejan la realidad de manera adecuada. Este parece ser el caso.
Tres de sus principales ciudades -Austin, Dallas y Houston- se ubican entre las diez primeras de más de un millón de habitantes en creatividad. En Austin, por ejemplo, no sólo hay mucha gente joven sino también una escena musical dinámica, una diversidad cultural y étnica que no se encuentra en otros lugares de Estados Unidos y, además, un crecimiento acelerado de la industria de alta tecnología que ha llevado a muchos a plantear que en poco tiempo más esta ciudad superará como polo tecnológico a Silicon Valley.
La clasificación de ciudades creativas no es antojadiza. Está basada en un índice desarrollado por Richard Florida, profesor de la Universidad Carnegie Mellon, que en su libro El ascenso de la clase creativa da cuenta del creciente papel que juega la creatividad en el desarrollo económico. Esta visión no es tan nueva. Hace tiempo que se viene destacando la importancia de las ideas, el conocimiento y la innovación. Quizás lo nuevo de Florida es la idea de que las ciudades pueden esforzarse en atraer a las personas con capacidad de producir nuevas ideas e invenciones -la denominada “clase creativa”- a través de decisiones que están a su alcance.
El índice de ciudades creativas le quita el sueño a numerosos gobernadores y alcaldes estadounidenses. Aquellos que aparecen muy rezagados en estos índices vislumbran que están perdiendo la carrera por el progreso económico. El temor a quedarse atrás los lleva a desarrollar todo tipo de iniciativas para subir en el ranking y así atraer a esta clase creativa que los inmunice contra el estancamiento. La diferencia de 14 puntos porcentuales en la proporción de trabajadores creativos que separa a Austin, la segunda ciudad más creativa, de Memphis, una de las menos creativas, permitiría augurar, si se sigue al profesor Florida, un futuro esplendor para la primera y un negro horizonte para la segunda.
¿Qué es lo que atrae a este talento? En pocas palabras: la diversidad, la tolerancia y la oferta cultural y nocturna. Florida ha demostrado que la correlación entre talento y diversidad es especialmente fuerte. La presencia de estas dimensiones, por otra parte, atraería a industrias de alta tecnología que potenciarían el desarrollo de esas ciudades. La hipótesis no deja de ser controversial. Entre otros aspectos, porque los indicadores utilizados son poco convencionales. Richard Florida, por ejemplo, mide diversidad a través de la proporción de parejas gays que existe en una ciudad. Para él, es un buen indicador porque esta población ha sufrido tradicionalmente discriminación y ostracismo, de modo que su presencia es una señal de que la ciudad en cuestión es también muy abierta a otros grupos. Pero también quiere provocar a sus contradictores, planteando por ejemplo que “las ciudades sin gays y bandas de rock están perdiendo la batalla por el progreso económico”.
Estos planteamientos están teniendo efectos concretos. La ciudad de Providence, por ejemplo, quiere convertirse en la capital estadounidense del rock independiente. En Memphis grupos empresariales están urgiendo a las autoridades a promover “celebraciones de la diversidad”. Por lo visto, estas ideas tienen fuerza. Sin embargo, cuesta creer que sea más importante para el futuro de las ciudades el número de bandas de rock que las regulaciones o los impuestos. Tal vez, por eso, las teorías de Florida están siendo sometidas a un creciente escrutinio. Algunas conclusiones no las dejan bien paradas. Por ejemplo, en los últimos 20 años el empleo en las ciudades que Florida considera poco creativas ha crecido en poco más de 60%. En las ciudades más creativas ese crecimiento ha sido inferior al 40%. Ciertamente que las ciudades más diversas, y con más vida cultural y nocturna son un agrado y son defendibles en su propio mérito. No es necesario asegurar que ellas van a promover un mayor progreso económico. Después de todo no sólo de pan viven hombres y mujeres.